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Calle Obispo Manrique

Calle Obispo Manrique

Calle Obispo Manrique - placa

En el remoto siglo IV y a las afueras de la todavía naciente ciudad leonesa, surgió el carismático monasterio de San Claudio, para honra y devoción de los fieles cristianos. Sus piedras fueron mudos testigos de muchos de los avatares vividos por la religión católica en estas tierras, siendo erigida la piadosa construcción en recuerdo al martirio a que fueron sometidos, un 30 de octubre del año 303, los hijos del centurión Marcelo y su esposa Nonia, los hermanos Claudio, Lupercio y Victorico.
Las diferentes invasiones sufridas por la capital leonesa, a las que hay que añadir el paso de los siglos y la desidia de los hombres, han provocado que hoy en día no quede piedra o vestigio alguno de aquel magnífico cenobio. Su desaparición, al igual que la pérdida del también insigne monasterio de Santo Domingo el Real, es uno de los pecados más graves que cometen las ciudades de rancio abolengo contra su fe, su historia y su tradición. No pervive nada de aquel memorable monasterio, pero su nombre ha quedado imperecedero en una típica barriada leonesa, inserta en el cada día más populoso León contemporáneo.
Y así, en pleno barrio de San Claudio, nos hemos trasladado hoy a una de sus múltiples calles, pequeña en cuanto a su trazado pero de gran peso y significado en la historia local: Obispo Manrique.
Tiene su inicio en la ancha y despejada calle Covadonga, concluyendo en el cruce que forman las calles Juan Ferreras y Torriano. En inapreciable descenso, es una vía característica de la barriada, con excepción de los primeros edificios, cosmopolitas y de mayor altura, que asoman a la citada calle Covadonga. En la actualidad se han renovado muchas de sus viviendas, aunque siempre tratando de conservar la antigua homogeneidad.

La figura del obispo Manrique de Lara, perteneciente a una linajuda familia de la nobleza castellana, está relacionada con dos de los hitos más brillantes e históricos que se dieron en el pasado leonés. Nos referimos, claro está, al comienzo de cimentación de la actual catedral gótica, obra iniciada bajo su pontificado.
Además, fue destacado protagonista, el año 1188, en los preparativos y celebración de las primeras Cortes con cierto carácter democrático que tuvieron lugar en la vieja Europa.

Aunque la creencia popular atribuye la edificación de nuestra hermosa catedral, la joya artística más preciada de León, al mítico rey Ordoño II, lo cierto es que la construcción que ahora podemos admirar se debe a una brillante iniciativa del obispo Manrique, miembro como decimos de la destacada casa de los señores de Molina. Cierta nebulosa se extiende sobre las antiguas crónicas y documentos, donde suelen surgir llamativas divergencias en ciertos datos y fechas, aunque se acepta comúnmente que el pontificado de Manrique de Lara se inició en el año de 1181.
Al frente de la diócesis leonesa, recibiría los restos de San Froilán cuando fueron trasladados a nuestra capital. Y junto al monarca Alfonso IX, auténtico inspirador del evento, presidió la «Curia regia extraordinaria» que se convocó en 1188, y donde participaron por primera vez en la historia europea, los representantes de una nueva clase social: la burguesía.
Estas primeras Cortes democráticas, donde se redactaron una serie de decretos denominados «Magna Carta Leonesa», cumplieron sobradamente con los objetivos previstos por el joven rey. A partir de entonces, se atajó el desorden político, además de mejorar la administración de justicia y acabar con los atropellos y habituales abusos de poder.

En relación con la catedral, el historiador don Lucas de Tuy, en su monumental «Chronicon mundi», afirma que «el obispo Manrique fundó la gran obra de la sede legionense, pero no la concluyó». Efectivamente, las obras se rematarían bajo el episcopado de don Pedro Muñoz. Nuestro protagonista había fallecido el 14 de febrero de 1205 y fue enterrado en la propia catedral, junto a la capilla de Nuestra Señora del Dado.
En su sencillo epitafio puede leerse: «Yace aquí el obispo Don Manrique, amigo de lo justo, de sensato consejo, de costumbres elogiables, si la peste general pudiera alejar la muerte de los honrados, una fuerza violenta la hubiera apartado de este varón admirable».

Calle Obispo Manrique - León

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