Categorías
Calles

Calle Séneca

Calle Séneca

Calle Séneca - placa

A la sombra de la gran muralla legionaria, fuera de Puerta Castillo y, por tanto, extramuros de la vieja ciudad y del Barrio de Santa Marina, hubo en otro tiempo unas calles o «carreras» que nos indicaban hacia dónde se dirigían, distinguidas con su correspondiente numeración. La carrera Tercera tomó posteriormente el nombre de Las Huertas, y en ella se abrió una pequeña vía que comunicaba este ramal con los pastos o praderíos que por allí se extendían.
La calle recibió el nombre de calle particular B de Las Huertas, perteneciendo en la actualidad a la barriada de San Mamés. Comienza en la calle Fernando I para concluir, tras un mínimo trayecto, en Los Osorios. Es de escasa envergadura, pequeña y curvada, con solamente un portal.
Esta vía pequeñita lleva, paradójicamente, el nombre de un enorme filósofo y escritor hispanolatino. Lucio Anneo Séneca nació en la andaluza y hermosa ciudad de Córdoba, seguramente en el año 4 antes de Jesucristo, hijo de toda una personalidad de la época como era Marco Anneo Séneca. Orador y profesor de retórica, vino al mundo también en Córdoba, muriendo en el año 32 de nuestra era. Pero el gran protagonista de nuestro relato es su hijo, el inteligente y estoico Séneca. Educado en Roma, donde viviría la mayor parte de su vida, estudió con declamadores como Papirio Fabiano y filósofos de la talla de Demetrio y Sotion. Llegado a la madurez, y consolidado su prestigio como uno de los filósofos más reputados del Imperio, Séneca se comprometería en el campo político. Fue senador en el año 41 con Calígula. Tras la llegada al poder del emperador Claudio, el filósofo andaluz cayó en desgracia al ser acusado de intrigante y manipulador. Así, por decisión del crédulo y tartamudo gobernante, fue desterrado a Córcega, donde permaneció ocho largos años.

El suicidio
Los ocho años en el exilio permitirían a Séneca perfeccionar su agudo y depurado pensamiento filosófico.
Tras la muerte de la disoluta Mesalina, que no dudaba en prostituirse por las calles de Roma, la nueva esposa del emperador Claudio, Agripina, logró que el mandatario perdonara y autorizase su regreso a la corte. Y no sólo eso, sino que le fue confiada la educación de Nerón, el futuro emperador.
Séneca trataría de inculcar a su joven discípulo los conceptos filosóficos más dignos, tratando de forjarle una personalidad racional y justa. Pero todos los esfuerzos de tan lúcido tutor resultaron en vano. Una vez alcanzado el poder, Nerón implantaba una tiranía personal y enloquecida que fue socavando, bajo un aluvión de excesos y arbitrariedades, los cimientos del fabuloso imperio romano.

Serie de asesinatos
Nuestro andaluz fue, por tanto, testigo de la serie de asesinatos decididos por su antiguo alumno. Así cayeron Británico, y Agripina, la propia madre de Nerón, además de otros miles de ciudadanos masacrados a causa de la locura de aquel que fue acusado, incluso, de ordenar el incendio de la «ciudad eterna».
Perdidas todas sus influencias políticas. Séneca se retiró hacia el año 62 de la vida pública para dedicarse a escribir sus obras morales. La mayoría se perdieron, aunque han llegado hasta nosotros «Los Diálogos» y algunas cartas y epístolas. En el año 65 se produjo una conjura contra el emperador, encabezada por un tal Pisón. Una vez desbaratada la rebelión, Séneca fue acusado de participar en ella y Nerón, olvidando sus antiguos vínculos, le condenó a muerte.

Ultima prueba
En un último gesto de independencia y libertad, Séneca se suicidó cortándose las venas. Así daba una última y decisiva muestra de la doctrina estoica que siempre predicó en vida. En definitiva, todo está determinado y nada puede hacerse por variar el rumbo de los acontecimientos. Y es que la verdadera sabiduría, de la que Séneca dio el mejor ejemplo, consiste en aceptar el destino serenamente y sin aspavientos, tal como nos demostró con su última y sangrienta lección.

Vivís como si la vida tuviera que durar siempre; nunca se os ocurre pensar en vuestra caducidad; no observáis cuanto tiempo ha transcurrido ya y vais perdiéndolo como si fuera algo sobrado y abundante, siendo así que tal vez aquel mismo día que dedicáis a este hombre o a este asunto es el último de vuestra vida. como mortales lo teméis todo, pero todo lo deseáis como si hubierais de ser inmortales. Oirás a la mayoría decir: «A los cincuenta años me retiraré a descansar; a los sesenta renunciaré a los cargos». ¿Y que garantía tienes de que vas a vivir tanto? ¿No te avergüenza no guardar para ti los despojos de tu vida y no destinar al cultivo del espíritu mas tiempo que el que ya no vale para nada? ¿No es demasiado tarde para empezar a vivir cuando ya hay que dejar la vida?.

Calle Séneca

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.