Categorías
Calles

Calle Cardenal Jacinto

Calle Cardenal Jacinto

Calle Cardenal Jacinto placa

En el recorrido por las calles de León, hoy nos acercamos al barrio de La Chantría. Precisamente nuestra calle de hoy, cuyo trayecto discurre entre la Avenida de Fernández Ladreda y la calle Maestro Nicolás, se llamó con anterioridad «calle A de La Chantría». Corrían otros tiempos para la barriada, caracterizada entonces por los prados, la escasez de espacios habitados y, en fin, un panorama de horizontes despejados.
Las cosas han cambiado para mejor y así, transcurridos unos pasos de la bulliciosa Avenida de Fernández Ladreda, surge a su izquierda una vía de mediano trazado y no demasiada anchura, bautizada en honor al Cardenal Jacinto. De aspecto casi simétrico en cuanto a la altura y modernidad de los bloques de viviendas que la conforman, constituye uno de los enclaves más tranquilos y recogidos de este entorno, significado ahora por las prisas y ruidos de toda gran ciudad.

¿Quién fue el Cardenal Jacinto para que, entre los muchos purpurados que han visitado León a lo largo de la historia, haya recibido el honor de rotular una calle de la capital? Su nombre era Jacinto Bobone y pertenecía a la aristocrática familia romana de los Orsini.
Fue Legado, Diácono y Cardenal del Papa Alejandro III para los Reinos de Hispania, conocido como Cardenal Jacinto Orsini. En el verano de 1174 en la ciudad de Soria se reunió por expreso mandato como nuevo Legado de la Sede apostólica por el Papa Alejandro III, para condenar los pactos con el Almohade Abú Yusuf Yaqub de alianza con León contra Portugal (Rey Alfonso Enríquez) y de no agresión con Castilla (Alfonso VIII) y aunar las alianzas de los Reinos peninsulares contra el moro. Así mismo vinculó obediencia de las órdenes militares a Roma antes que al Rey de quien dependían hasta ese momento. Creó la Diócesis de Ciudad Rodrigo en favor del Reino de León. Aprobó la actuación de las órdenes militares con papel defensivo de frontera, tanto para la de Santiago, Alcántara, Calatrava y Temple. Validó el matrimonio entre Alfonso II de Aragón y Sancha.

Tras una brillante y dilatada carrera religiosa, este alto dignatario vaticano fue elegido Papa el 30 de marzo de 1191, cuando contaba con ochenta y cinco años de edad, sustituyendo a Clemente III en el trono de San Pedro, para lo que tuvo que tomar las órdenes sacerdotales el día antes de su consagración.

Con el nombre de Celestino III ocuparía el solio pontificio hasta comienzos de 1198, pues falleció el 8 de enero de ese mismo año. Durante su mandato coronó al emperador Enrique VI, a quien no se atrevió a excomulgar pese a sus constantes ataques a las posesiones de la Santa Sede y a su hostilidad manifiesta hacia la Iglesia. Además de aprobar la orden Teutónica, mantuvo excelentes relaciones con las autoridades eclesiásticas españolas. Por ejemplo, permitió al arzobispo de Tarragona el uso del palio y a los canónigos regulares de Manresa les concedió que únicamente podría ser elegido como abad quien hubiese profesado la regla.
Poco antes de morir, expresó su intención de abdicar nombrando un sucesor, pero los cardenales no se lo permitieron.
Fue enterrado en la Basílica de San Juan de Letrán. A su muerte, fue sustituido por Inocencio III.

Pues bien; en el mes de abril de 1173 el entonces Cardenal Jacinto, legado en España del Papa Alejandro III, hizo un viaje a León, corte de reyes y residencia del monarca Fernando II. El motivo de su visita, celebrada en la ciudad con las mayores galas, obedecía al traslado o exhumación de los cuerpos de los hijos de San Marcelo y Santa Nonia.
Efectivamente, los santos Claudio, Lupercio y Victorico, vastagos del heroico centurión Marcelo, fueron educados en la religión cristiana y, llegado el momento, tuvieron la valentía de confesarlo públicamente. Eso sucedió con motivo de un edicto emitido por las autoridades romanas para que todos los vecinos se juntasen en determinado lugar con el fin de dar culto a falsos ídolos, algo a lo que se negaron.
Los tres hermanos fueron degollados y martirizados, seguramente el 30 de octubre del año 303, siendo enterrados allí mismo, en la explanada donde luego se edificó la iglesia de San Claudio.
El 22 de abril de 1172 el Cardenal Jacinto ofició la solemne ceremonia de trasladar los restos de los mártires al altar mayor de San Claudio, pues hacía más de un siglo que se hallaban escondidos por temor a su profanación por los invasores musulmanes.
El acto contó con la asistencia del rey don Fernando II; el abad del monasterio, don Pelayo; el prelado de León, don Juan Albertino, que ocuparía el sillón episcopal de 1139 a 1181; además de los obispos de Astorga, Zamora, Salamanca, Lugo, Oviedo y Braga.
Tras cumplir con su sagrado cometido, el Cardenal Jacinto se llevó de León la cabeza de San Victorico, dejando en compensación dos espinas de la Corona del Señor.
Esta preciosa reliquia permanecería durante siglos en el monasterio de San Claudio, pero cuando los monjes desalojaron el convento con motivo de la desamortización de 1835, las Espinas fueron entregadas por el sacristán Fray Pedro Cid al convento de las Agustinas Recoletas, para su debida custodia.
Posteriormente, el obispo ordenaba en 1856 la cesión de la reliquia a la iglesia del Mercado, haciéndose cargo del preciado bien el párroco don Francisco Fernández Rodríguez, natural de Huelde, fallecido el 5 de enero de 1880 siendo penitenciario de la Catedral.

Calle Cardenal Jacinto 1 Calle Cardenal Jacinto 2

 

 

 

 

 

 

 

Fuentes:
– Diario de Léon
– Wikipedia

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.