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Calle Alfonso Nuño

Calle Alfonso Nuño

Alfonso Nuño placaUna vez más estamos en el barrio de San Esteban, donde se encuentra la calle Alfonso Ñuño. Pequeña y de estrechas aceras, con pronunciada subida en su inicio, la vía en sí no tiene mayor historia que la propia historia de sus residentes. Con estos datos y teniendo en cuenta que salvo sus escasos vecinos y poco más la conocen, difícil va a ser encasillar y ubicar esta calle en el callejero leonés.
Tiene su inicio en la que homenajea a Fray Pedro Ponce de León y concluye, después de una pronunciada pendiente, en el llamado Paseo de Ronda. Su trazado es recto y pequeño, mirando en su tramo final al Colegio de Las Anejas. En ese punto sus construcciones son mucho más modernas, dentro de un entorno donde predominan las viviendas tradicionales de una y dos alturas. Toda una promesa de futuro para esta vía que tuvo antes los nombres de Tras la Capilla y el muy misterioso de calle Z.

En el siglo XII, durante el mandato del emperador Alfonso VI, aparece entre la realidad y la leyenda Alfonso Nuño, el gran guerrero leonés y bravo defensor del rey contra los desplantes de las tropas moras. A causa de su valentía y lealtad será nombrado gobernador de la toledana villa de Mora, una de las siete plazas que la princesa Zaida, hoja del rey moro de Sevilla Almoravid, ofreció como dote al contraer matrimonio con el monarca leonés Alfonso VI.
Pero sucedió que los guerreros musulmanes, en una de sus habituales y devastadoras correrías, tomaron la citada fortaleza, hiriendo en su amor propio al esforzado leonés. Entonces, Alfonso Nuño juró por la espada y la cruz vengar la afrenta y pelear sin descanso contra los enemigos de la media luna. Alfonso VII, conmovido por su decisión, le nombraría alcaide de Toledo. En la primavera del año 1143 y en los campos de Montiel, las tropas cristianas se enfrentaron con los árabes de Córdoba y Sevilla, logrando derrotarles y dar muerte a los emires Aben Azuén y Aben Zeta.

Tal como era costumbre en la época, los españoles regresaron a Toledo cargados con un rico botín, además de las cabezas de los dos cabecillas musulmanes. Allí fueron clavadas en largas picas para que pudieran ser contempladas por el pueblo, que recibió al guerrero leonés con toda solemnidad. Tras entregar el diezmo a la Catedral de Santa María y enviar ricas alhajas al Apóstol Santiago, la piadosa reina doña Berenguela dispuso que aquellas cabezas, envueltas en ricos pañales, fueran devueltas a sus respectivas viudas. Algún tiempo después y como quiera que los moros estuvieran fortificando el castillo de Mora, el emperador encargó a su fiel vasallo que acudiera al castillo de Piedra Negra para hostigar los trabajos del enemigo. Allí marchó Alfonso Nuño, entablando feroz combate con el entonces alcaide de Calatrava, Farax el Adalid. La lucha resultó terrible y, después de horas de pelea, los leoneses se vieron forzados a retroceder y buscar momentáneo refugio en la Peña del Cuervo.
Protegidos por esa defensa natural, los hombres de Alfonso Nuño defendieron sus vidas con una desesperación casi suicida. Pero finalmente fueron arrollados por la superioridad numérica del ejército musulmán, que logró entrar en masa en la Peña del Cuervo. Allí acuchillaron y asaetearon a todos los supervivientes, entre ellos al propio don Alfonso, convirtiendo el lugar en un campo de destrucción y muerte. Aquella jornada triste para la cristiandad tuvo lugar el 1 de agosto del mismo 1143.
A modo de sangriento apéndice de la historia, el alcaide Farax el Adalid ordenó colocar la cabeza, el brazo y la pierna derecha de Alfonso Nuño en lo alto de la torre de Calatrava, a modo de señal victoriosa. Más tarde, en un acto de justicia poética, enviaría aquellos despojos a las viudas de los emires Aben Azuén y Aben Zeta. Pero el sacrificio del leonés en aras de la Reconquista no fue en vano, como proclama con orgullo la calle en su honor que se ubica en la barriada de San Esteban.

Calle Alfonso Nuño

Fuente: Diario de León

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