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Avenida de los Bordadores

En la Edad Media, las antiguas ciudades españolas se dividían en parroquias o barrios, siendo el factor religioso el que imponía su partición en seis «distritos» diferentes. En primer lugar el propio elemento religioso, que forzaba el retiro a las juderías de los herejes; luego serán el moral, el racial, el sanitario, para finalizar con criterios culturales y económicos. Este último condicionante llevaría al nacimiento de barrios de nobleza para las familias potentadas.
Semejantes factores se verán acompañados por una serie de disposiciones municipales que, en lo concerniente a la clase trabajadora, obligarán a obreros y artesanos a vivir en unas zonas determinadas y siempre en función del oficio a desarrollar. Los bordadores, gremio que homenajea y recuerda nuestra calle, es decir los sastres, «no podrán tener tablero o tienda de su oficio a la par que la de mercader, ni tener tienda de mercaderías». Esta unificación de gremios dará lugar a toda una serie de calles que, al igual que en el resto de las ciudades y villas de España, serán identificadas en función de los artesanos que en ellas se establezcan: Bordadores, Zapaterías, Platerías, Curtidores, Cuchilleros…
No tenemos constancia de que la vía que rinde homenaje a un gremio tan antiguo como el de los sastres, y tan imprescindible para la existencia humana, se estableciera en la rotulada como Bordadores, aunque sea una manera de dejar perenne constancia de un gremio de tanta trascendencia como el de los encargados de bordar o coser sobre un tejido, o entre tejidos diferentes, además de crear formas y dibujos de gran belleza.
Debemos tener en cuenta que, a raíz del célebre edicto de los Reyes Católicos, el 31 de marzo de 1492, al que hay que unir el decretado por el rey Felipe II el 11 de septiembre de 1609, se calcula en cerca del millón de personas el potencial hebreo que se vio forzado a salir de la península. Así quedaron las ciudades despobladas de bordadores, carpinteros, curtidores, médicos, cirujanos, pintores y un largo etcétera que integraba aquella etnia judía. Un segmento de la población que hasta aquel desastre convivía perfectamente con los cristianos, al amparo de la ley y la justicia. La falta de personal humano y especializado traería la desolación y la ruina a la mayoría de piadosos creyentes que con ellos trabajaban. Todo un desastre económico y social que los gobernantes del momento no supieron valorar en su justa medida.
Pero la Avenida de Bordadores, la arteria que va a ocupar esta sección, contrariamente a lo antedicho, ha visto crecer y revitalizar su tamaño y densidad en las últimas décadas. Hasta hace escasamente treinta años la vía terminaba en el campo, en lo que en esa fecha eran unos prados bautizados como el Polígono 10. Desde entonces comenzaba la construcción de altos y modernos edificios en la actual calle Moisés de León, una vía de enorme prestancia estética. Allí termina precisamente nuestra travesía, teniendo su origen en la calle Santa Ana.
Lo cierto es que constituye una de las arterias más controvertidas y «completa» urbanísticamente hablando, en cuanto abarca a muy distintos aspectos de la realidad del León actual. Y es que se inicia, según dijimos, en una zona aledaña al conjunto urbano más rancio de la capital, a escasa distancia de nuestro casco histórico por antonomasia, el reputado Barrio Húmedo.
Una vez rebasado este primer tramo, que imprime un sello característico a la calle, entramos en otra barriada de tanta solera y presencia como la que corresponde a las cooperativas de viviendas del Ejido. A partir de este punto transcurre arbolada y conformada por los laterales de los jardines y chalecitos que integran dichas cooperativas.
Claramente se delimitan los tramos por un zig-zag que remarca estéticamente las diferencias sociales e incluso la antigüedad de las diferentes partes de la vía. En la última etapa, ya finalizando en el cruce con Pendón de Baeza, los edificios se disparan en altura y modernidad, conjuntados en todos los aspectos con el populoso e inmediato Polígono 10, auténtico término de la calle.
Para concluir con esta evocación, les hablaremos de la cofradía o gremio de los sastres y bordadores. Empezaremos, naturalmente, recordando algunos datos a propósito de aquellas asociaciones nacidas para luchar con el dolor y la miseria, y desde luego para protegerse mutuamente. Unos grupos voluntarios que reunían a los artesanos del mismo oficio, auténticos precursores de la Seguridad Social que conocemos en nuestros días.
Según la definición típica, los objetivos primeros de los gremios eran la ayuda para el desvalido, el socorro para el enfermo y el entierro decoroso para el difunto. Unas hermandades que, si hablamos de la capital leonesa, están perfectamente datadas en la más remota antigüedad. La cofradía de monederos, por ejemplo, ya se cita en el monasterio de San Claudio allá por el año 1206; la de los carpinteros, San José, era fundada en 1556 en el céntrico convento de Santo Domingo; en el siglo XVII se fundaron las cofradías de San Eloy, de los herreros, y la de San Crispín, correspondiente a los zapateros. Unas asociaciones, en fin, que tenían perfectamente legisladas todas sus actividades.
Los sastres o bordadores, agrupados bajo el patronazgo de Lucía, la santa de la aguja, tienen unos antecedentes históricos que se corresponden nada menos que con el período paleolítico, hace la friolera de cuarenta mil años. Así, se han localizado primitivas y rudimentarias agujas con ojo que estaban fabricas con marfil de mamut, colmillos de foca o huesos de reno. Evidentemente el hombre de aquella época necesitaba vestirse al igual que el actual, por lo que se vio forzado a unir y coser las pieles con las que contaba. Con posterioridad, tras las primeras pieles, aparecería el lino como materia indumentaria básica en civilizaciones tan refinadas como la egipcia.
De esta forma, según se puede comprobar en multitud de pinturas y relieves, el traje evolucionaría desde servir como simple protección para cobijarse del frío, hasta convertirse en objeto de distinción social y estética. Así surgió la demanda de artesanos y sastres que lo confeccionaran y cosieran, según las peticiones de los clientes. Por cierto; una palabra, «sastre», que proviene del término latino «sarton>, definición lingüística del trabajador que restaura los vestidos.
Como dato curioso, aquellos primeros sastres o bordadores, especializados en los pliegues que daban movilidad y gracia a los vestidos, realizaban incluso estudios geométricos del cuerpo humano para ajustar las prendas lo mejor posible. Llegada la Edad Media, como dijimos, los sastres se agruparon en cofradías y hermandades con reglas y leyes que delimitaban las particularidades del oficio. Para obtener el «título» de sastre, los gremios examinaban al aspirante hasta concederle su aprobación y la correspondiente licencia. Eran los entonces llamados «sastres examinados».
Corrían tiempos de picaresca dado que el hambre apretaba al común de la población, y los sastres también se valían de trucos y triquiñuelas que les procuraron cierta mala fama. Una faceta que aparece bien documentada en la gran literatura clásica del Siglo de Oro. Francisco de Quevedo, por ejemplo, describe en «El buscón» a una serie de sastres remendones que son auténticos vividores y sinvergüenzas. En sus páginas se hace además una relación de los materiales utilizados entonces por los sastres de antaño: «una caja con hilo negro y blanco, seda, cordel y aguja, dedal, paño, lienzo, raso y otros retalillos y un cuchillo».
Con la invención de la máquina de coser en 1840, el antiguo oficio sufriría importantes modificaciones. Era la época de la Revolución Industrial y, siguiendo nuevos parámetros, se crearon las novedosas cadenas de producción, encargándose cada obrero de una parte de la prenda: cortadora, costurera, planchadora… Un paso decisivo que acabó, en gran medida, con las prácticas realizadas durante siglos por los bordadores tradicionales.
Aunque en nuestros días siguen existiendo talleres de sastrería que hacen la ropa a medida, lo habitual es que el sastre sea un empresario dedicado a la confección de ropa al por mayor. ¡Qué lejos quedan los tiempos en que el reputado gremio de bordadores contribuyó al progreso del León del medievo!


Fuente: Diario de León

3 respuestas a «Avenida de los Bordadores»

Sin desprestigiar ningún otro de los post de este blog, este es, sin lugar a dudas, el que más me ha gustado.
No es porque conozca la calle, que la conozco.
No es porque sea un "currito" y me identifique con la clase obreara.
Es por el conjunto, agradable lectura y datos fidedignos.
Un aplauso.

Supongo que el aplauso debería de ser para el Diario de León que en su día publicó la serie "Calles de León", de donde están copiados todos los post de las calles.

Anonimo:- Pues seguramente. pero en ningun sitio he dicho que sean mios los comentarios. Es mas en cada post lo pone bien calro que la fuente es el Diario de León. Gracias por tu comentario.

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