El oso de Arbas
En lengua celta-vasca la voz Arbas procede de arbatz que quiere decir garrapata o de arbe que significa pastizal bajo la peña. La garrapata abunda en el ganado ovino como parásito. Aunque los topónimos con idea de abundancia sufijan en arius, aria, ero, edo, eda, ar, al, en Arbas no lleva sufijo porque su sentido genérico hace excusada la sufijación de abundancia. Hay una expresión latina «arva» que significa «campos cultivados», que no encaja en la toponimia de esta zona que es puerto de montaña, tierra de pastores donde abunda más la garrapata que las hortalizas.Las leyendas y tradiciones arrancan la fundación de Arbas del mismo Pelayo, quien en agradecimiento por haber vencido a los agarenos en el puerto de la Mesa levantó una ermita a la Virgen María con el nombre de Tibi Gracias, apelativo que subsiste; incluso en las Declaraciones del Catastro de la Ensenada de 14 de julio de 1753 el Cabildo Capitular de la Colegiata tiene, entre otros, un prado de un pelo en Tibi Gracia, cercado de sebe, de treinta heminas.
Dícese que el hospital de la primitiva Colegiata fue fundado en el siglo XI por el conde Don Fruela, hermano de Doña Jimena la esposa del Cid. La legendaria cuenta que la fundación del hospital de Arbas se debió a dos infantes hijos de un rey extranjero enviados por su padre a vivir con los ermitaños en aquel solitario lugar en expiación de un crimen. Arrepentidos, ayudaban a los caminantes. El rey extranjero quiso fundar el hospital pero se le adelantó don Fruela.
Allí queda patente el testimonio de la leyenda de Arbas del Puerto. Al franquear la puerta de acceso a la iglesia hay dos modillones en piedra representando un oso y un buey, el oso y el buey de la leyenda.
Los canónigos agustinianos acarreaban la piedra rosada de grano desde el Pico de los Tres Concejos por el camino de Pendilla a Arbas y por el camino de Nuestra Señora de Tonín a Arbas para construir el hospital. Empleaban la carreta celta, cantora, de eje unido a las ruedas y untado con tocino y con salgueira para que el carro cante. Los carros cantores se oían por los valles como un encanto en el paisaje; ni el más sofisticado automóvil moderno lleva incorporada una música tan subyugadora como los carros centella.
Al yugo, uncidos, tiraban del carro centella la pareja de bueyes. El oso, el temible oso totémico de los peregrinos, mató a uno de los bueyes y el canónigo Pedro lo castigó a ser uncido con el otro buey para acarrear la piedra con que fue construido el hospital.
Así queda el testimonio legendario esculpido en la piedra imperecedera para solaz de los caminantes que entran en este templo a visitar a la Virgen de Arbas. Este monumento a la fe es como el último suspiro del románico leonés, de época de Don Alfonso IX, tan bello como si estuviera hecho por mano de ángeles.