Plaza de Jacinto Benavente

Para tratar el enclave urbano correspondiente al día de hoy es preciso volver la vista atrás, a un pasado no tan lejano en el tiempo. A mediados de 1970 suprimieron la fuente en cuyo ancho pilón abrevaban los animales, cuando entraban en esta popular zona del Ejido de las Casas de regreso al descanso nocturno. También hacía algún tiempo que se había instalado un dispositivo para lavar la ropa, aunque su principal utilidad era el llenado de botijos y cántaros de agua fresca, teniendo que sortear el barrizal que se formaba en torno al caño. Hasta entonces, el lugar era conocido con el nombre de Plaza del Agua.
Hoy toda ha cambiado. Se conserva solamente uno de los dos recintos tabernarios que hubo en la plaza, con mucha solera, eso sí, en lo que fueron rincones muy concurridos por diestros jugadores de bolos y del popular lance «de la rana». Ha variado mucho la fisonomía de la plaza y así, en junio de 1999, se inauguró una nueva fuente, ovalada y de finos chorros de agua, se remodeló la plaza, creando un nuevo espacio urbano para el ocio, y se colocaron algunos bancos con bonitas jardineras y estilosas farolas.
Desapareció como decimos el viejo pilón, la visita diaria de los animales bebiendo y las mujeres lavando, los prados y las huertas, y se dio paso al cemento y el ladrillo, siendo la plaza en nuestros días todo un símbolo de progreso. Fue por el mes de junio de 1974, siendo alcalde de nuestra ciudad don Manuel Diez Ordás, cuando se aprobó el proyecto de alineación y apertura de la Avenida Real de El Ejido, que afectaba también a la calle de Miguel Zaera y la plazoleta que hoy traemos aquí. Porque la antigua Plaza del Agua, hoy de Jacinto Benavente, recibe las avenidas Real, de José María Fernández, y la calle Leopoldo Alas. Es un pequeño enclave entre típico y moderno, que sirve como prolongación natural a la extensa Avenida de José María Fernández. Desde aquí tenemos una extraordinaria vista que nos acerca la silueta de las altas torres catedralicias, recortadas armónicamente sobre el azulado cielo de León.
El dramaturgo Jacinto Benavente y Martínez nació en la capital de España, el año 1866. Tras un frustrado intento de seguir la carrera de Derecho en la Universidad madrileña, se consagró a la escritura y aun tipo de vida viajera. En una de sus más conocidas peripecias de juventud, se convertiría en empresario de un circo con el que llegó a la entonces remota y misteriosa Rusia. A partir de 1894, Benavente comenzaba a ver representadas sus obras teatrales, caracterizadas todas ellas por la pulcritud y el ingenio de los diálogos. Su primer éxito llegaba con «Gente conocida», en 1896, donde los personajes se hacían una autocrítica repleta de cinismo y fuertes dosis, para la época, de inmoralidad. Desde entonces el escritor madrileño se especializaría en un teatro de tipo burgués, en el que se analizaba a golpe de bisturí la terrible decadencia de la sociedad europea de final de siglo. Su reputación teatral quedaría definitivamente consolidada en 1909 con «Los intereses creados», una comedia a la italiana que presenta una visión del mundo descarnada y escéptica. Por entonces don Jacinto trabajaba como periodista en «El Imparcial», siendo elegido en 1912 miembro de la Real Academia Española. El año siguiente se representaba «La malquerida», intensa tragedia rural que alcanzaría un éxito enorme. Enfadado por las críticas recibidas a causa de su postura personal cada vez más conservadora, que le llevó a apoyar al imperio alemán en la Primera Guerra Mundial, Benavente dejó de escribir durante buena parte de la década de los veinte. Y fue entonces, paradójicamente, cuando en 1922 era reconocido con el Premio Nobel por su extensa producción teatral, que al final de sus días alcanzaría las ciento setenta y dos obras. Un reconocimiento más que merecido para el satírico y burlón don Jacinto Benavente, muerto en 1954, el más destacado de los dramaturgos españoles de los últimos tiempos.

Fuente: Diario de León