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Calle Duque de Rivas

Resulta evidente que nuestra calle, situada entre la Sexta y la Octava, era conocida en un principio con la denominación de Séptima Travesía de Nocedo, clara forma de identificarla. Si nos preguntan cuál es el nombre actual, la respuesta es bien sencilla: la que hoy nos ocupa lleva por patronímico el del liberal y selecto Duque de Rivas, y por tanto la 6a y la 8a serán respectivamente las actuales de Maestro Rivero y Alfonso de la Cerda. Muchos de ustedes se cuestionarán ahora, ¿y qué relación tenía don Ángel de Saavedra Ramírez de Baquedano, duque de Rivas, con León? Pues lamentablemente esta vez les vamos a dejar con el interrogante, ya que no hemos podido localizar tal vínculo. Anecdóticamente, a modo de curiosidad, podemos decirles que entre los parlamentarios leoneses de finales del siglo XIX destaca el marqués de Torneros. Pues bien; don Francisco Caballero Rozas, éste era su nombre, estuvo casado con una hija del duque de Rivas, doña Malviana Saavedra Cueto, marquesa del Villar y hermana a su vez de otros sobresalientes parlamentarios de nuestra circunscripción. La calle Duque de Rivas ha vivido un cambio sustancial en los últimos tiempos, y aún mas desdes la terminación del polígono de La Palomera. Al igual que antaño se inicia en la avenida de Nocedo, concluyendo en la actualidad en la magnífica arteria bautizada en honor de San Juan de Sahagún. La longitud de la calle se ha vista prácticamente duplicada, evidenciando sus viviendas lo que ha sido el devenir urbanístico de esta todavía naciente barriada. El primer tramo, recto y hasta el encuentro con la calle San Juan de Dios, presenta la antigua y tradicional panorámica de todo el entorno, quedando constituidos sus laterales por las viviendas que la cooperativa San Rafael instaló en estas parcelaciones a partir de los años cincuenta. De un par de plantas y adosadas, ofrecen una imagen compacta y arreglada, memoria de la tranquilidad que se alcanzaba en unos prados que, hasta hace no demasiado tiempo, limitaban la ciudad. Rebasado el cruce con la calle antes citada, entramos en un paisaje distinto y desde luego mucho más actual. De momento, su mano izquierda aparece ocupada por una refrescante zona ajardinada que es inicio de ese nuevo y prometedor polígono de La Palomera. Fiel a esta evocación urbana, las viviendas pasan a ser modernas, de ladrillo visto, más altas y compactas, claro exponente de la modernidad y el buen tono experimentados en este tramo final de la innovadora avenida de San Juan de Sahagún.
Nacido en Córdoba el 10 de mayo de 1791, Ángel Saavedra Ramírez de Baquedano, el inmortal duque de Rivas, pertenecía a una familia gloriosa y tradicional, muy ligada desde siempre a la casa de Borbón. Su abuelo materno, don Juan Antonio Ramírez de Baquedano, había sido caballerizo de la reina, mientras que su padre, don Juan Martín de Saavedra y Martínez, era gentilhombre de cámara, además de patrono del madrileño Hospital de La Latina y de los conventos del Corpus Christi y de la Concepción Jerónima. Don Juan y doña María, sus padres, eran grandes de España y él mismo, con tan sólo seis meses de edad, fue nombrado caballero de Justicia de la orden de Malta, siendo agraciado con la bandolera de guardia de corps numerario. A los siete años, por gracia real y como recompensa a los servicios prestados por su progenitor a la monarquía, recibía el despacho de capitán del arma de caballería. Don Juan ostentaba con orgullo el título de Grande de España y presumía de ilustres y reputados antepasados. Según su versión, la familia Rivas descendía del mismo don Suero de Quiñones, el galante caballero leonés protagonista del célebre Paso Honroso. Entre sus renombrados predecesores se contaban doña Beatriz Galindo, conocida como la Latina, y Francisco Remírez, conquistador de Málaga en tiempos remotos.
Una epidemia de fiebre amarilla obligaba a la familia Rivas a trasladarse a Madrid, donde el pequeño Ángel recibió una elemental educación. Pero la muerte de su padre supuso un importante cambio en su vida, al ingresar el año 1803 en el Seminario de Nobles. Una época de formación en la que, al decir de sus biógrafos más entusiastas, el futuro duque de Rivas dio muestras de «acendrado culto a la patria, entendimiento luminoso, prodigiosa memoria, firme y tenaz voluntad y devoción al arte». Decidido a seguir la carreta militar, en plena adolescencia se incorporaba al cuerpo de Guardias de la Real Persona, lo que le permitió conocer los entresijos y la corrupción reinante en aquella corte manejada por el favorito Godoy. Incluso fue testigo de los sucesos de El Escorial, cuando el joven Fernando VII fue detenido y encarcelado por orden de su padre el rey. Es posible que las convicciones liberales de Saavedra surgieran en aquél momento, al comprobar la hipocresía y doblez de Fernando, uno de los peores monarcas de la historia española.
Poco más tarde, la invasión de las tropas napoleónicas provocaba el levantamiento popular que concluyó en la Guerra de la Independencia. El duque de Rivas recibió su bautismo de fuego en Sepúlveda y, tras participar en las batallas de Tudela y Talavera, fue herido de gravedad en Ontígola. Instalado en Cádiz, después de una fuga novelesca desde la España dominada por los franceses, Saavedra tomaría contacto con los prohombres liberales que redactaron la Constitución de 1812, la conocida como la «Pepa». Tras la derrota bonapartista y el regreso del reaccionario Fernando VII, Ángel Saavedra se mantuvo alejado de la corte y de la sangrienta persecución contra los simpatizantes liberales. Avecindado en Sevilla, el año 1814 aparecía el primer tomo de «Poesías», un grupo de composiciones con las que se dio a conocer en el panorama literario de su tiempo. Su íntima amistad con Alcalá Galiano le hizo entrar en el campo de la política, siendo nombrado diputado durante el agitado trienio constitucional. Declarándose públicamente como «amante acérrimo de la libertad», el duque de Rivas alcanzaba un importante éxito teatral con la representación de su obra «Lanuza», estrenada en el madrileño Teatro de la Cruz el 9 de noviembre de 1822. Pero el regreso a la etapa absolutista provocó el exilio del duque de Rivas, emigrado a Londres tras salir del país vía Gibraltar. Además de conspirar durante los casi diez años quejiuró su ausencia de España, don Ángel escribió algunos de los mejores dramas de la corriente romántica. De vuelta a la patria tras la muerte del odioso Fernando VII, el 22 de marzo de 1835 estrenaba en el Teatro del Príncipe, en Madrid, su drama más conocido y aclamado: «Don Alvaro o la fuerza del sino». Desde entonces y hasta el final de sus días, luctuoso acontecimiento que tuvo lugar el 22 de junio de 1865, todo fueron honores y reconocimientos al político y al poeta. El duque de Rivas ostentó el cargo de embajador en Ñapóles y París, ante la corte de Napoleón III, además de presidir el Ateneo, la Real Academia Española y el Consejo de Estado. Tras su fallecimiento en Madrid, este ilustre cordobés era aclamado como «la más auténtica encarnación del genio nacional español». Lo cierto es que el duque de Rivas, aparte de genial poeta y dramaturgo, fue un político de buena voluntad, dotado de un carácter conciliador y una moralidad intachable. Sin duda, una de las figuras más relevantes en aquella convulsa España del siglo XIX.


Fuente: Diario de León

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