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Calle Menéndez y Pelayo

La calle que lleva el nombre del destacado polígrafo santanderino empieza en la calle La Bañeza y termina en Sancho Ordóñez, en lo que antiguamente eran prados y toda esta barriada de San Mames aún tenía regusto a campiña. Su mediano trazado es recto y en suave descenso, teniendo poco que ver con el trasiego urbano de las inmediatas San Mames y Avenida de Nocedo. La calle que homenajea a aquel ilustre pensador, que visto desde la perspectiva de este naciente y tecnológico siglo XXI, aparece un tanto desfasado ideológica y cronológicamente hablando, comienza en su mano derecha dejando una amplia calle particular que, de momento, sirve de aparcamiento. Está compuesta por edificios de mediano tamaño, en una arteria quizás un tanto acomplejada ante la pujanza de las dos grandes travesías antes citadas, claves de progreso y vida para toda la zona.
Vamos ya con la figura de don Marcelino Menéndez Pelayo, auténtico maestro de la historiografía literaria nacional. Nacido el año 1856 en Santander, el joven Marcelino recibió una esmerada formación científica y religiosa en el Instituto Cántabro de su ciudad natal. El problema se planteó cuando llegó la hora de cursar estudios universitarios. Corría el año 1871 y, a pesar de que se había restaurado la monarquía en la persona de Amadeo de Saboya, las clases conservadores estaban preocupadas ante el ambiente de agitación que se vivía en la vecina Francia, además de la nueva guerra carlista que se dibujaba en el horizonte. Así que el padre de Marcelino descartó la Universidad de Madrid, constante foco de revueltas estudiantiles y cuyas cátedras estaban ocupadas por algunos profesores de tendencias revolucionarias, para decidirse por la reputada institución barcelonesa. Y acertó plenamente, tal como aseguro nuestro protagonista años después: «Un acaso venturoso me trajo como alumno a los bancos de la Universidad de Barcelona». Discípulo brillante y destacado, Menéndez Pelayo sentaría por entonces las bases de su futura filosofía: «Allí aprendí lo que vale al testimonio de la conciencia y conforme a qué leyes debe ser interpretado para que tenga los caracteres de parsimonia, integridad y armonía. Allí la visión de lo concreto, manifestada en las formas tradicionales del arte y de la costumbre, y en la perenne y práctica observación de los fenómenos del alma, tenía aventajados intérpretes que a cualquier escuela de Europa hubieran honrado». Don Marcelino fue uno de los representantes más destacados de las corrientes ultraconservadoras que caracterizan a la España del siglo XIX. Buena prueba de sus ideas es el artículo aparecido, en 1876, en la «Revista europea». Se trataba de una carta donde el eminente polígrafo reflexionaba sobre la producción científica española durante la época del Tribunal de la Inquisición, tesis que provocó enorme polémica y le hizo ser conocido en el panorama intelectual de su tiempo. En el año 1878 ganaba la cátedra de Literatura en la Universidad de Madrid, puesto que mantuvo hasta el trágico año de 1898. De ahí pasaría nuestro protagonista a la dirección de la Biblioteca Nacional, donde trabajó hasta el momento de su muerte, en 1912. Miembro de la Academia Española de la Lengua desde 1881, y de la de Historia desde 1882, también participó en el proceso político de la Restauración. Don Marcelino fue diputado por Mallorca en 1884, además de senador en representación del distrito de Oviedo en 1892. Aunque su inspirada pluma abarcó muy distintos campos, los trabajos más recordados de Menéndez Pelayo están centrados en la literatura y la historia del país, vista desde una óptica bastante reaccionaria y ultramontana. Así podemos citar «Historia de las ideas estéticas en España», «Antología de poetas líricos castellanos», «Antología de poetas hispanoamericanos» y «Orígenes de la novela». Aparte de estas grandes y reputadas obras, desempeñó una febril actividad dando conferencias, escribiendo artículos, prólogos, etc, etc.. Y de este modo se mantuvo este infatigable santanderino, brillante y polémico, hasta el momento de su fallecimiento en el año 1912, dejando tras de sí una gran estela de cultura y refinamiento que, instalada en el barrio de San Mames, ha llegado hasta nuestros días.


Fuente: Diario de León

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