Calle Platero Rebollo

No conocemos el motivo por el cuál esta calle, cuyo nombre resulta bastante conocido, sea a la postre tan difícil de ubicar en el callejero. Diremos que transcurre paralela a la Avenida de San Mames, siendo lógicamente de longitud muy inferior a esta gran travesía. Tiene su inicio en la calle San Vicente de Paúl, justo enfrente de uno de los laterales de la Residencia Virgen del Camino o Asilo de Beneficencia, estrechándose poco antes de su conclusión en la calle Las Ánforas. Se trata de una vía tranquila y muy reposada, que recibiría su denominación ocupando la alcaldía don José Martínez Llamazares, allá por 1963.
Su trazado es irregular, surgido según las necesidades de las nuevas vías que iban satisfaciendo las demandas de esta barriada. Y así, al «albur» de la evolución y progreso de los tiempos, se verán forzadas a compartir un mismo espacio urbano, constreñidas por razones evidentes, edificaciones de muy distinto signo. De esta forma nos encontramos, pared con pared, viviendas de dos y tres plantas características del viejo entorno, con edificios no demasiado superiores en altura, pero muy diferentes en cuanto a calidad de prestaciones y presencia estética.
A la hora de buscar un personaje protagonista con el apellido Rebollo, nos hemos topado con dos nombres propios diferentes: Miguel y Manuel. El primero de ellos, al que sólo citaremos de forma anecdótica, formaba parte de la farándula de Miguel Rebollo y Francisca Navarro, realizando diversas representaciones teatrales por nuestras rutas provinciales, tal como nos cuenta el erudito don Conrado Blanco González. Así que, una vez desechado, nos centraremos en Manuel Rebollo.
Perteneciente al gremio de los plateros, vivió Manuel a caballo entre los siglos XVIII y XIX. Consumado artista, fue llamado por el cabildo catedralicio para reemplazar a la preciosa custodia que hiciera en su tiempo el maestro Enrique de Arfe para la Catedral.
Desaparecida en 1809 durante la nefasta invasión de los soldados de Napoleón Bonaparte, fue sustituida por la realizada por Rebollo, protagonista a partir de entonces en la procesión del Corpus Christi y otros ceremoniales.
Muchas otras obras dejó este afamado platero en nuestra capital, como la rica urna en la que se guardan las reliquias de San Isidoro, realizada en 1847; el sagrario del altar mayor de nuestra joya más preciada, la «Pulchra Leonina», repujado en plata y de tipo neoclásico; o unos hermosos candelabros de plata, atribuidos a Rebollo, que se conservan desde 1825 en la iglesia de Nuestra Señora del Mercado. También sabemos que en su platería se limpiaban las monedas utilizadas en la época, ennegrecidas por las penurias, suciedades y miserias habituales en aquellos tiempos de escasa higiene.
Pues bien, el afamado maestro Rebollo pertenecía a uno de aquellos gremios que marcaron durante siglos la estructura social y económica de las ciudades españolas. Unas hermandades de las que quedan multitud de recuerdos en las placas callejeras leonesas, y que se regían por unas normas de meticulosa etiqueta. No en vano sus ordenanzas regulaban las actividades profesionales, los deberes religiosos y una cierta «cobertura social» para los compañeros afectados por la enfermedad e incluso la muerte.
El patrón de la cofradía de los plateros era San Eloy, definido como el orfebre de la tierra y el cielo. Ubicada en la iglesia de Nuestra Señora del Mercado desde el siglo XVI, en la hermandad se agruparon todos los artesanos relacionados con el gremio del metal: plateros, herreros, cerrajeros, cuchilleros, caldereros, espaderos… el gremio celebraba su festividad el día primero de diciembre, con toda la solemnidad y esplendor característicos de un oficio tan bello y refinado.
Muchos son los nombres famosos que pertenecieron en su día a la cofradía de San Eloy. Hablamos de los orfebres y artesanos que procuraron lujo y esplendor a los trabajos realizados en el viejo y culto León. Así tenemos a los Arfe, Balcobe, Argüello, Salazar, Borrego y Vega, entre una larguísima relación de artistas del cincel y el buril.