Categorías
Calles

Calle Blasco Ibañez

Calle Blasco Ibañez

Blasco Ibañez placa

A principios de la década de los años sesenta del pasado siglo ya se produjo un primer intento de dar el nombre de Blasco Ibáñez a una de las jóvenes calles del barrio de Valdelamora, aunque se optó por denominarla de Peña Ubiña.
Sería poco tiempo después cuando, de forma definitiva, se adjudicaba este nombre a una pequeña calle del barrio de La Sal. Una vía que se iniciaba tímidamente en la que homenajeaba al poeta Juan Ramón Jiménez y terminaba en el límite, es decir, en la misma campiña.
Su inicio actual, una vez transcurridos casi 60 años, es prácticamente el mismo. Lo que ha cambiado es el final, pues aquel campo o prados donde concluía se han visto colmados por casas y más casas, además de una encrucijada de calles que se presentan cubiertas de coches. Una de ellas, moderna como casi todas las de esta zona de San Andrés del Rabanedo, lleva la denominación de Antonio de Nebrija, que no debemos confundir con la homónima de la capital.

La calle de Blasco Ibáñez puede dividirse en dos tramos bien diferenciados: un primer trecho recto, que luego gira levemente hacia la derecha y un segundo, desde este punto hasta el mismo final, que resulta también recto, aunque más ancho y moderno. Dos tramos muy distintos y que corresponden, en realidad, a diferentes épocas sociales y modos contrapuestos de concebir la vida, siempre en razón a la evolución de los tiempos y las costumbres.
Su primera parte, como decimos, es de características urbanas más vetustas e insertas en lo más tradicional de este barrio de La Sal, mostrando las peculiaridades fisonómicas de este entorno obrero y bastante degradado por el paso de los años. En su segunda parte, a partir del cruce con la calle Marqués de Santillana, presenta un panorama diferente y claramente superior en prestaciones de todo tipo. Así nos sumergimos en un complejo residencial salpicado de chalecitos adosados, de considerable tamaño y correcta presencia estética. Buena prueba de su mejoría aparece en su final, con una pequeña zona verde enriquecida por divertidos juegos infantiles.
Es en esta parte de la ciudad, en un principio hortelana, que después se hizo ferroviaria, luego industrial y ahora prácticamente residencial, donde se ubica la calle que pregona la memoria de uno de los escritores españoles más leídos en el mundo y cuyas obras han sido traducidas a todos los idiomas. Hablamos, naturalmente, del valenciano, republicano y polémico don Vicente Blasco Ibáñez.
Nacido, como decimos, en la luminosa capital valenciana el año 1867, la fama mundial de Blasco Ibáñez se debe sin duda a las adaptaciones realizadas por la industria cinematográfica americana de algunas de sus mejores obras. Las versiones hechas en Hollywood de «Sangre y arena» o «Los cuatro jinetes del Apocalipsis» convirtieron al escritor levantino, en todo un mito de la literatura española de comienzos del siglo XX.

Blasco Ibáñez nació en Valencia el 29 de enero de 1867, hijo de un comerciante de origen aragonés. Aficionado a la escritura desde muy temprana edad, a los 14 años se escapaba de la casa familiar para recalar en Madrid, donde se empleó con el viejo novelista Manuel Fernández y González. Pero reclamado por sus padres, la policía le llevó de vuelta a Valencia, ingresando en la Universidad.
Mientras completaba su formación literaria y seguía, mal que bien, la carrera de Derecho, Blasco vivió las primeras dificultades a cuenta de sus opiniones políticas. Escribió por entonces un ácido soneto contra la realeza que le llevaría al banquillo de los acusados, reo de delito de lesa majestad. El tribunal anuló la sentencia de seis meses por tratarse de un menor de edad, que no conseguiría que el joven dejase de lado sus ideales. Según sus propias palabras, se convirtió en «un agitador, un artista enamorado de la acción», lo que le ocasionaría infinidad de problemas durante toda su vida.
Tras exiliarse en París, donde escribió una «Historia de la revolución española en el siglo XIX» de enorme aceptación en la época, regresó a Valencia para fundar el periódico «El Pueblo». A partir de 1891 su vida se sume en una maraña de conspiraciones y viajes de propaganda política, mítines y procesos. Durante su carrera como «conductor de costumbres» habría sido encarcelado treinta veces.
Al tiempo que proseguía con sus actividades revolucionarias, Blasco Ibáñez comenzó a escribir, «en malísimas condiciones de recogimiento espiritual» la serie de novelas levantinas que comprende «Arroz y tartana»; «La Barraca» y «Cañas y barro». En ellas retrata, con pinceladas maestras, la vida valenciana en la capital, en la huerta, en el mar, en los arrozales y en los naranjos. La traducción al francés de «La Barraca» y su posterior publicación en la prensa madrileña, procuraron a Blasco Ibáñez enorme popularidad en todo el país. Después de estar recluido en un penal militar durante más de un año, en 1898 fue elegido diputado republicano por el distrito de Valencia. España acababa de sufrir la catástrofe de Cuba y Filipinas, lo que le inspiró una lista de «novelas sociales» como «La catedral»; «El intruso» y «La horda».
El año 1909 y de forma imprevista, Blasco íbáñez renunciaba a su acta de diputado para viajar y establecerse durante años en Argentina. Iba a pronunciar una serie de conferencias sobre literatura y arte español, pero su simpatía personal y el verbo encendido de sus palabras, le convirtieron en un ídolo en Buenos Aires. Debido al impresionante éxito obtenido, decidió quedarse en aquel monumental y rico país.
Ayudado por el gobierno argentino, el valenciano abandonó por el momento la literatura para convertirse en colono y repoblador. Así se estableció en la orilla izquierda del río Negro, fundando una colonia bautizada con el nombre de «Cervantes». Posteriormente nacería la «Nueva Valencia», en la provincia de Corrientes, aunque la gigantesca empresa quebró a causa de las muchas contrariedades económicas.
De vuelta a España, la aparición en 1916 de su novela «Los cuatro jinetes del Apocalipsis», durante los febriles días de la I Guerra Mundial, le convirtió en una figura de renombre universal, siendo el escritor europeo más leído en todo el orbe. Personalidad que no hizo más que aumentar cuando sus obras fueron llevadas a la pantalla, con el astro Rodolfo Valentino como protagonista de «Sangre y arena».
En aquella época dorada, Blasco Ibáñez cobraba por cada artículo publicado en los Estados Unidos la fabulosa suma de mil dólares.
Millonario y asediado por editores y productores cinematográficos, el antiguo republicano se convirtió en un personaje de la alta sociedad, dueño de palacios y yates. Aunque, a pesar de su existencia lujosa y llena de placeres, nunca renunciaría a sus antiguos ideales.
Desde su residencia en el sur de Francia conspiraría hasta el día de su muerte, acontecida el 28 de enero de 1928, en contra de la dictadura de Primo de Rivera y la monarquía de Alfonso XIII. Blasco Ibáñez: genio y figura hasta la sepultura.

Calle Blasco Ibañez en León

Fuente: Diario de León

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.