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Calle Pizarro

Del ramillete de calles que parten de la cosmopolita y desmesurada Avenida de Mariano Andrés, una de las grandes arterias leonesas, surge esta calle rotulada en homenaje al conquistador español Francisco de Pizarro. Arrancando desde la misma avenida, concluye en el muro de FEVE, justo donde desemboca la pasarela que, salvando el ferrocarril de vía estrecha, lleva al parque de San Mames.
Hablamos de una calle recta y trazada en ligero descenso, de mediano tamaño, compuesta por apenas cuatro bloques de viviendas de altura uniforme. Estos edificios, modernos y de excelente apariencia estética, están separados por un jardín con juegos infantiles que, a su vez, divide las vías Gonzalo de Tapia y Diecinueve de Octubre. Es, como puede verse, un entramado urbano muy relacionado con la conquista de América.
El apóstol leonés Gonzalo de Tapia y Pando fue martirizado en Teloyopa, el 11 de julio de 1594, por el sangriento hechicero Novacara. Había embarcado hacia Méjico cuando contaba 23 años de edad, fascinado por el deseo de ser misionero en el Nuevo Mundo. Pero volviendo a las particularidades de nuestra calle, debemos decir que enfrente del jardín se ensancha la acera izquierda, con dos bancos que dan la espalda a este recinto de paseo y diversión.
Pues bien, esta travesía significada por la gran cantidad de niños que corretean y juegan en ella, lleva la denominación de Francisco Pizarro, nacido en la cacereña localidad de Trujillo hacia 1478. Tras servir como soldado en los tercios de Italia, en 1502 se embarcó hacia América dentro de la expedición que dirigía el pacificador Nicolás de Ovando. Asentado en Santo Domingo, la entonces llamada Isla Española, participaría en el viaje que permitió a Núñez de Balboa llegar al Océano Pacífico, acontecimiento ocurrido el 25 de noviembre de 1513.
En 1524 y por encargo de Pedrarias Dávila, gobernador de la Tierra Firme, Pizarro encaminó sus pasos hacia Perú con el fin de colonizar aquellas tierras ignotas. Tras cuatro años de sangrientas luchas con los nativos, decididos a preservar su patrimonio, los españoles debieron regresar a Panamá sin haber cumplido sus objetivos. Pizarro volvió a España en 1529.

Junto a sus hermanos Gonzalo, Hernando y Juan, formó una tropa de 180 hombres y tres naves que se adentró en territorio nativo en 1530. Tras fundar la ciudad de San Miguel de Piura, los españoles avanzaron hacia el interior del territorio peruano, que vivía por entonces una fratricida lucha entre los hermanos Huáscar y Atahualpa.
Los expedicionarios llegaron el 15 de noviembre de 1532 a la ciudad inca de Cajamarca, corte del vencedor Atahualpa. Gracias a un audaz golpe de mano conseguirían tomar prisionero al jefe local, a pesar de que la hueste hispana contaba con poco más de ciento cincuenta soldados contra los diez mil guerreros nativos. Posteriormente, después de ser sometido a juicio, Francisco Pizarro ordenaba la ejecución del infeliz Atahualpa.
Tras repoblar el territorio conquistado de Cuzco, el extremeño fundaría Lima, bautizada entonces como la «ciudad de los Reyes». Pero cuando todo parecía marchar como la seda para los conquistadores españoles, surgieron graves enfrentamientos personales entre Diego de Almagro y Francisco Pizarro, a cuenta de los límites jurisdiccionales del territorio tomado a los incas.
Entablada una feroz guerra civil entre los dos bandos en conflicto, la victoria del clan Pizarro y la posterior ejecución pública de Diego de Almagro pareció tranquilizar la situación. Pero sus partidarios no se resignaron a la derrota y uno de ellos, de nombre Juan de Rada, organizó una compleja conjura que fructificó el domingo 26 de junio de 1541, cuando el conquistador de Perú era asesinado en su propio palacio.
El cuerpo de Francisco Pizarro fue enterrado bajo el altar mayor de la Catedral de Lima, como último homenaje a su periplo de valentía y ambición. También entre nosotros, en la barriada de Mariano Andrés, pervive el recuerdo del arrojado conquistador extremeño.


Fuente: Diario de León

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