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Calle Monasterio

Calle Monasterio

calle Monasterio placa

La céntrica calle Monasterio, debe su particular nombre al que fuera magnífico monasterio de San Claudio, del que hoy en día no queda piedra o vestigio. Su desaparición, al igual que la pérdida del también insigne monasterio de Santo Domingo el Real, es uno de los graves pecados, que cometen las ciudades de rancio abolengo contra su fe, su historia y su tradición.
Pero, en fin, volvamos la vista atrás y comencemos el relato por el principio. La historia cuenta que el martirio de los hermanos Claudio, Lupercio y Victorico, tres de los doce hijos que tuvieron San Marcelo y Santa Nonia, aconteció un 30 de octubre del año 303, siendo sus edades entre los dieciséis y los veinte años.

En su memoria y a las afueras de la ciudad, se levantó el monasterio de San Claudio, para su honra y devoción por parte de los fieles leoneses. Este monumental cenobio era el más antiguo de la provincia, ya que fue construido en el remoto siglo IV. Y, desde luego, sus piedras han sido testigos de muchos de los avatares vividos por la religión católica en nuestra capital.
Entre sus muros sufrieron martirio el abad San Vicente en el año 584 y más tarde San Ramiro junto con otros doce monjes, en tiempos de los vándalos y suevos, soportando terribles crueldades y siendo sus restos esparcidos por los campos de los alrededores, hasta que fueron recogidos por los cristianos.
En el Real monasterio benedictino de San Claudio y su iglesia, que por cierto fue la primera de cristianos que hubo en la ciudad, se custodiaron durante siglos diferentes reliquias. Aquí estaban los restos de los niños mártires Claudio, Lupercio y Victorico; y las reliquias de San Vicente, San Ramiro y sus doce compañeros masacrados por la intransigencia fanática.
Las distintas invasiones de los árabes propiciaron que muchas de estas reliquias se dispersaran por la provincia, e incluso fuera de ésta, como es el caso de los restos de San Vicente, que fueron a parar a Oviedo.

Fray Antonio Yepes recoge en la crónica de la Orden de San Benito un suceso sorprendente acaecido en el monasterio. Cuenta que el rey moro Almanzor mandó que el monasterio fuese destruido y saqueado. Volvieron los soldados árabes comentándole que una fuerza sobrenatural e invisible no les dejaba penetrar en el convento. Volvió el rey moro al frente de su tropa derribando la puerta, allí se encontró al abad y a los atemorizados monjes que esperaban una muerte segura.
Hizo el abad la señal de la cruz y reventó el caballo de Almanzor, cayendo al suelo. Reconoció que aquella casa era guardada con virtud divina y se llegó a la paz, ofreciéndoles donativos y amistad perpetua. Un cuadro situado en el altar mayor reflejaba estos hechos, así como un pedazo de brocado azul del caparazón del caballo, lamentablemente hoy desparecidos. Un suceso similar sucedió años después, pero esta vez el abatido fue el jinete y no el corcel, como si se hubiese producido una maldición divina?

En el año 1173 el cardenal Jacinto, delegado del Papa en España, vino al monasterio para ordenar el traslado de las reliquias. Como estipendio a sus servicios, exigió la cabeza de San Victorico, que se llevó con él a Roma. Con el tiempo llegaría a ser nombrado Papa, con el nombre de Celestino III.
Es entonces cuando se acuerda de estos hechos y, a modo de tardía compensación, envió dos espinas de la corona del Señor que aún se conservan en la actualidad, recogidas en la iglesia de San Marcelo.

Durante siglos, el monasterio de San Claudio fue protagonista activo en distintas novedades religiosas sucedidas en León. Aquí se fundó en 1206 la cofradía de los Monederos, constituyendo esta fundación religiosa y gremial la más antigua en su género. Asimismo, entre sus venerables piedras nacía la cofradía de Minerva, que tuvo su sede en el mismo monasterio.
Fue entonces cuando el obispo de León, don Francisco Terrones del Caño, concedió la licencia oficial al abad, fundando así dicha «cofradía de Minerva», en alabanza al Santísimo Sacramento. Esta cofradía se fusionaría en 1876 con la Santa Vera-Cruz, fundada en 1756, instalándose en la parroquia de San Martín con el nombre ya unido de Minerva y Vera-Cruz. Los monjes que habitaron en el monasterio, disciplinados en principio por la Regla de San Agustín para militar después bajo la Regla del Patriarca San Benito, vivieron un gran día el 31 de marzo de 1493, lunes de Pascua, cuando entraban en León las reliquias del patrono San Marcelo. Se traían desde la iglesia de Santa Ana dentro de su arca, y fueron recibidos en el monasterio de San Claudio, donde se organizó la posterior procesión.
Aquí estaban los canónigos y el rey don Fernando I el Católico, acompañados de los grandes de España y los corregidores. Luego, entre música de trompetas, chirimías y tambores, se trasladaron definitivamente las reliquias al altar mayor de la iglesia de San Marcelo, su lugar de reposo definitivo. Pero también se vivieron sustos importantes, como el grave incendio que en 1530 destruyó parte del monasterio. Aunque fue reedificado gracias al apoyo de destacadas familias de León como los Quiñones, que lo dotaron e hicieron verdaderos primores en sus capillas. Estas familias nobles y poderosas de los siglos XV y XVI eligieron precisamente el monasterio de San Claudio para levantar allí sus sepulcros y sepulturas.
Pero, a partir de la Desamortización de 1834, llegó la expoliación del cenobio y su abandono, perdiendo notoriedad y todas sus posesiones: joyas de arte, libros… Poco más tarde, el monasterio era derruido y sus piedras son utilizadas para hacer carreteras. Sobre el solar ocupado por el perdido monasterio se fueron agrupando hacia principios de siglo unas pocas casas, siendo conocido el lugar como «El Aujero». Aquí jugaban los chicos al balón, en el llamado «Pradón», donde también se celebraban verbenas y bailes domingueros.

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Fuente: Diario de León

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