Calle Emperador Carlos

La calle que hoy presentamos se llamó con anterioridad de San Vicente de Paúl, hasta que dicha denominación se trasladó a la vía que ahora lo lleva en el barrio de San Mames, bautizándose ésta en homenaje al Emperador Carlos.
Y como hablamos de Carlos, hemos de decir que comienza en la que lleva por nombre San Carlos, titulado Borromeo, para concluir en la que recuerda al escultor Víctor de los Ríos. Es de mediano trazado, recta y muy tranquila, finalizando en el área recientemente reformada que ha revitalizado la antigua General Moscardó, uno de los nombres «franquistas» suprimidos del callejero capitalino. Como se habrán dado cuenta nos referimos a la barriada del Ejido. A pesar del empuje casi arrollador experimentado en los últimos tiempos por esta barriada, aún subsisten dentro de ella arterias que conservan las líneas estéticas y la placidez de épocas ya pasadas, como es el caso de nuestra protagonista del día. Para confirmar esta teoría, sólo hay que echar un vistazo al horizonte de casas iguales, de un par de alturas y reformadas por lo general, que mantienen en su conjunto la impronta urbana que todos asociamos al primitivo Ejido.
Analizando al titulado como Emperador Carlos, lo primero que hemos de decir es que tal emperador lo era de Alemania y no de España, de donde fue rey con el nombre de Carlos I. El único emperador que ha tenido nuestro país ha sido Alfonso VII, rey de León y Castilla, coronado como tal en nuestra ciudad durante el año 1126. Lamentablemente, en León sólo le recuerda una calle ubicada en el barrio de La Vega y con una placa que no lleva su nombre, sino que le alude con el título, cierto, de Rey Emperador.
A pesar de todos estos reconocimientos formales, no es que Carlos I fuera el monarca preferido por sus subditos, quizás debido al gran número de impuestos con que agobió al pueblo llano. Además era extranjero, pues había nacido en Flandes el año 1500, hijo de Felipe el Hermoso y Juana la Loca.
Rey de España a los 16 años de edad, cuando se produjo su ascensión al trono ni siquiera sabía hablar el castellano. Y para empeorar las cosas, su séquito de hombres de confianza estaba compuesto por una serie de altivos consejeros flamencos, que dieron desde el primer momento muestras de una insaciable codicia. El mejor ejemplo fue la concesión de la sede primada de Toledo al señor de Chiévres, quien aumentó la alcabala y autorizó extraer del reino los ducados de oro acuñados en tiempos de los Reyes Católicos.
El 29 de junio de 1519 el monarca Carlos fue elegido emperador de Alemania, así que se convocó a las cortes para decidir una nueva contribución que sufragara el viaje real. Para aumentar más el descontento de leoneses y castellanos, los procuradores fueron convocados en Santiago de Compostela. Allí se aprobó, a pesar de la reticencia general, la concesión de una partida de 400.000 ducados para el nuevo emperador.
De inmediato se produjo una revuelta urbana en distintas ciudades del país, incluida la nuestra, pretendiendo los comuneros arrogarse la íntegra y legítima representación del conjunto de la nación.
La guerra de las Comunidades, donde sobresalieron los famosos Padilla, Bravo y Maldonado, fue ganada por las armas reales, posibilitando la instauración en suelo hispano de la monarquía absoluta.
Dejando aparte este problemático inicio, el reinado del emperador Carlos I estuvo caracterizado por victorias tan resonantes como la lograda en Pavía ante las tropas francesas. Eran los tiempos en que los dominios españoles estaban siempre bañados por el sol, pero en plena gloria personal Carlos I abdicó la corona para retirarse al monasterio de Yuste, en Extremadura, donde falleció en el año 1558. Tras él dejaba un sueño de dominio universal y preponderancia del catolicismo que, por muchas y complejas razones, nunca llegaría a concretarse.

Fuente: Diario de León