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Mitos y leyendas

Anabella de León

Era por enero del año 1602, y además es verdad, porque lo dice un libro de la biblioteca de El Escorial. León era ya una ciudad muy bella. Tenía más torres de las que ahora tiene, y más monumentos que los que ahora quedan. Todavía llamaban la CIUDAD DE LAS TORRES, por las muchas que había. Brillaban en León joyas de arte tan finas, que los Reyes de España quisieron visitar la ciudad de tantas maravillas. Apenas comenzado el año 1602, los Reyes Don Felipe III y Doña Margarita, su esposa, salieron de Madrid. Por el camino, que era camino real muy bueno, venían recordando lodos los monumentos de la que fue capital del Reino. En la real fantasía se dibujaban la silueta aérea de la Catedral, —que llamaban la PULCHRA LEONINA—; San Marcos, —un palacio grandioso de unos hombres, que unas veces rezaban y otras iban a la guerra—; San Isidoro, donde dormían en sepulcros de piedra Reyes antiguos de León; la Casa de los Guzmanes, que recordaba al Buen Don Alonso, el que tiró el puñal que mataría a su hijo, antes que traicionar al Rey Sancho IV… Y así, más torres, más cubos, y espadañas y cresterías. Los Reyes Don Felipe y Doña Margarita iban entretenidísimos, sin que se les hiciera largo el camino. No se hubieran dado cuenta, aunque hubiera nevado, porque los monumentos de León eran más que los copos de una nevada. Pero no nevaba en aquellos días del mes de enero de 1602. Los Reyes pasaron por Villacastín, Medina de Rioseco y Sahagún de Campos. Tenían que visitar a unos amigos frailes que había en un pueblecito, entre Sahagún y Cea. El pueblecito se llamaba Tríanos. Los frailes tenían el convento de Tríanos, religiosos muy sabios, muchos libros en la biblioteca, y muy buena fruta en la huerta. Y los Reyes, que eran humanos, amantes de la ciencia, se llegaron hasta Tríanos, aunque era invierno. Al día siguiente (los Reyes para no cansarse tanto, iban en carroza y hacían jornadas cortas) llegaron a León, por Mansilla de las Mulas. En el cortejo venía mucha gente: había Duques, Marqueses, y bellas señoras y doncellas, al servicio de la Reina, como las que se ven en los cuadros del pintor Velázquez. Había también poetas y escritores en la comitiva, porque a los Reyes les gustaba mucho oir hablar bien y contar cosas curiosas.
Fue en la mitad del viaje, entre Tríanos y León, cuando uno de los hombres del cortejo, con larga melena, y muy vestido, comenzó a decir: «Nos vamos acercando a la antigua e ilustre ciudad de León. Vuestras Mercedes y Señorías verán torres e iglesias, arcos, murallas y mil monumentos de gran lumbre. Pero la perla de León (y al decir esto le temblaba la voz, como si la carroza real traqueteara, aunque no era así), la perla y belleza de la ciudad de León, no es de piedra ni de cristal. La hermosura de León es una dama, a quien sólo ganan en hermosura, nuestra Reina y nuestras Princesas de España». Cuando acabó de hablar, llegaban al Portillo, que es como un balcon para ver la vega y la ciudad de León. Todas las damas y caballeros comentaban por lo bajo lo de la bella leonesa, y se prometían verla. Al gunos habían leído un libro de pastores, muy conocido para entoncea Le había escrito un poeta que vino de Portugal al servicio de la Emperatriz Isabel, abuela de Don Felipe III, que dicen que era bella, comfl una ninfa del Tajo. Y comenzaron a recordar lo que habían leído en LOS SIETE LIBROS DE DIANA:
«En los campos de la antigua y principal ciudad de León hubo una pastora, llamada Diana, cuya hermosura era extremadísima sobre todas las de su tiempo. Parecía haber copiado la galanura de aquellas vegas (las de León) y la gracia de las aguas de sus ríos».
Pasaron otro, que es ya cerca de la ciudad, por la Puente del Castro, y aún sigue llamándose así, y es por donde se entra en León, viniendo de Madrid. Por campos de vega y casas de extramuros, llegaron a San Francisco, que era otro convento de frailes, esta vez de San Francisco, porque en el de Tríanos era de Santo Domingo. En San Francisco durmieron los Reyes aquella noche. Porque para entrar en León, dijeron los Reyes que querían la luz del sol de la mañana. Se oían cantos de pájaros en la huerta del convento y repiques en el bronce de las campanas de la ciudad. A los alrededores del Convento de San Francisco llegó gente de a pie y de a caballo. Vestían a la usanza del país, a la manera como mandaba la etiqueta de las visitas reales: mazas, coronas, vestidos largos y anchos de muchos colores, y así… Luego, comenzaron a resonar en las calles de León los cascos de los caballos, las ruedas de los carruajes, las músicas y pregones. Por la calle de San Francisco, donde había una puerta, que llamaban Gallega, llegaron a la Rúa, que era una calle principal de peregrinos y visitantes. Después, por la calle Mayor fueron a la Catedral, donde el Rey tenía que recibir un manto de honor. Era aquel día, el día dos de febrero. Fiesta de las Candelas. Los sacerdotes y el pueblo hicieron procesión con antorchas y candelas, y también hicieron otros festejos, con lo que los Reyes y el Cortejo Real decían que se divertían mucho. Varios días estuvieron Don Felipe III y Doña Margarita en León. Por la noche dormían en el palacio de los Guzmanes, y por el día visitaban la ciudad. También hacían otros actos, como recibir visitas y visitar hospitales. Un día fueron a ver el puente de San Marcos, que se estaba construyendo sobre el río Bernesga. Y ya, se fueron hasta el santuario de la Virgen del Camino, muy amado de los leoneses, porque la Virgen les concedía muchas gracias y favores. Así varios días. Visita a la Plaza Mayor, a San Isidoro, a las murallas, al hospital de San Antonio, a San Marcelo, y al Consistorio, que estaba allí cerca.
Los lectores creerán que se habían olvidado de la bella Ana, la mujer leonesa más hermosa de entonces. Nada de eso. El Rey y la Reina habían encargado el asunto a varios de sus alguaciles. Estos llevaron con todo interés la encomienda. Hasta tuvieron que poner mucho cuidado y discreción, porque algunos caballeros y damas del Cortejo Real querían ser los primeros en conocerla y en contemplarla. Cuando pasaban por las calles, y veían a las jóvenes y damas leonesas vestidas con sus trajes y tafetán raso, asomadas a las rejas de los balcones, todos los venidos de Madrid, preguntaban por lo bajo: ¿Quién es Ana, la mujer más bella de León?. Hasta que una tarde (la víspera de regresar los Reyes a Madrid), uno de los alguaciles de los que llevaban el asunto entre manos, se acercó al Rey, y después de hacerle una gran reverencia, le habló así: «Mis respetados Soberanos y Majestades: Todas las doncellas y damas de León pudieran ser la BELLA ANA, como Vuestras Majestades hayan quizá podido observar. Mi corazón se siente dolido, y a la vez alborozado, al comunicar a Sus Majestades que podrán ver a la BELLA ANA. Pero no será en León… Los ilustres Regidores de esta noble ciudad nos han hecho saber que actualmente la BELLA ANA vive en una villa, a alguna distancia de aquí —llamada Valencia de Don Juan—, cae en el camino de regreso a Vuestra Corte Real, y los mismos ilustres Regidores tendrán sumo honor en guiar a Sus Majestades y al Cortejo Real, hasta dicha villa y lugar».
Por San Francisco volvió a salir el Cortejo Real hacia Madrid. Pasaron el Bernesga por el paso de los pontones de la Corredera, y los mismos Señores Regidores fueron guiando hacia Valencia de Don Juan, por Vega de Infanzones y Palanquinos. Ellos conocían mejor el camino y el paso de los ríos, que fueron menos difíciles, al no llover aquel año. Desde Palanquinos se adelantó un grupo, para preparar la noche a los Reyes y la vista de la BELLA ANA, que tuvo lugar al día siguiente. Vivía en la villa de Valencia de Don Juan y en su calle Mayor. Se llamaba ANA MUÑIZ, y era ya de alguna edad. Los Reyes mandaron llamarla, y cuando la vieron y hablaron con ella, dijeron que hablaba muy bien, y que era muy discreta; y sobre todo MUY BELLA. Todos los que la vieron decían igual. Ella no hacía más que admirarse de la visita de los Reyes, y no sabía cómo agradecer el que los Reyes hubieran venido a verla, porque ir ella a Madrid seria muy difícil. La Reina Doña Margarita le hizo preciosos regalos, y dicen que por el camino de vuelta a Madrid, todos estaban de acuerdo en que su extraordinaria belleza recordaba la elegancia de León, la gracia del agua de sus rios, y la frescura de sus riberas.
En Madrid, los Reyes Don Felipe y Doña Margarita, cuando hablaban con alguno de León, decían al final: «Y no dejéis de saludar a Ana, que entre tantas perlas como aquella ciudad de nuestro Reino tiene, la primera es ella». Desde entonces, el pueblo y la gente que lo supo (y lo supieron todos en León), la llamaban ANABELLA DE LEÓN. Y para que sea más verdad, hasta en un libro de El Escorial se lee esta leyenda de nuestra ciudad y tierra, titulada, ANABELLA DE LEÓN.

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