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Calle Granados

Calle Granados

Calle Granados placaHasta hace poco más de treinta años teníamos que decir que esta calle comenzaba en la de Juan Herrera y, al igual que muchas otras incluidas en aquel León de tintes y raíces aún provincianas, concluía en el campo. Hoy es bien diferente, pues aquella campiña, como tantas y tantas veces debemos decir al hablar de las calles capitalinas, se ha ido cubriendo de hormigón y asfalto, dando lugar a una nueva y completamente remozada ciudad. Así, en un proceso implacable, desaparecieron para siempre los viejos prados y huertos tradicionales, poblándose el antiguo espacio de travesías y edificios.
Porque es cierto que nuestra calle protagonista se inicia en la de Juan de Herrera, pero ahora termina en la de Moisés de León, y que da lugar al conocido y superpoblado Polígono 10. Una zona moderna y caracterizada por las grandes edificaciones, que contrasta grandemente con lo que hasta hace poco eran, tal como dijimos, simples prados. Más de un ciudadano interesado por las cosas leonesas se habrá preguntado de dónde viene el nombre de Granados, y la verdad es que el callejero ciudadano es bastante escueto en su descripción. ¿Qué tal si la rotularan, más correctamente, como Enrique Granados? ¿les diría algo éste nombre?.
El 16 de marzo del año 1963 se aprobó la propuesta de denominación a distintas calles de la ciudad, siendo entonces alcalde don José Martínez Llamazares. Para esa fecha, ya hacía algún tiempo que la que fuera Cooperativa de Viviendas de Jesús Divino Obrero estaba aposentada en estos lugares, aplicándose lo nuevos nombres a las vías de este entramado urbano. De esta forma, la que era cuarta calle con entrada por la calle B y salida al campo, recibió la denominación de Granados. La calle muestra dos tramos muy diferenciados, que representan bien a las claras la evolución experimentada en los últimos tiempos por el entorno que circunda a la barriada del Ejido. En su comienzo aparece conformada por los laterales de las clásicas viviendas de casas unifamiliares de las cooperativas que, a partir de 1950, comenzaron a poblar estos campos comunales ubicados extramuros de la ciudad. Más adelante surge en el lateral izquierdo el patio del colegio San Juan de la Cruz, de los P.P. Carmelitas. Tras cruzar la calle Pendón de Baeza, entramos en otro espacio urbano significado principalmente por las viviendas de mayor altura y mejor aspecto estético, ya en total consonancia con las características sociales del inmediato Polígono 10 que mencionábamos al principio. La calle muere casi enfrente de la nueva iglesia de Santo Toribio de Mogrovejo, centro espiritual y religioso de toda la zona.
Pues bien, esta calle que reúne la tradición inherente a las edificaciones de Jesús Divino Obrero y las brisas modernas y renovadoras procedentes del Polígono 10, fue bautizada con el nombre de Granados en honor del afamado compositor catalán del siglo XIX. Don Enrique Granados, nacido en Lérida el 27 de julio de 1867, es junto a su maestro Felipe Pedrell, el gran creador e impulsor del nacionalismo musical español. Siguiendo la tradición de la ópera alemana de Weber, Granados evolucionará desde la consideración de lo popular como mero material de aprendizaje, hasta la conversión en la base de su sistema estético y fundamento de sus teorías sobre lo que se ha dado en llamar «música natural». Así, a partir de estas teorías, Granados consiguió una sólida formación musical, además de adentrarse en la armonía, polifonía, y sobre todo acostumbrarse tanto a la música antigua como a la moderna, a la popular y a la culta. Al igual que la mayoría de grandes músicos catalanes de la época, Enrique Granados comenzaría su carrera como simple pianista de café. Primero actuó en el café «Filipino» y luego en el de «Las Delicias», que más tarde sería el célebre «Lyon d’Or», en la Gran Vía esquina Rambla Cataluña. Corrían los bulliciosos tiempos modernistas, aderezados con las explosiones que lanzaban los anarquistas de la capital, y pronto Granados se hizo merecedor de una enorme veneración popular, magnificado por un halo de romanticismo y bohemia. Compuso sucesivamente seis obras para teatro, escritas tanto en catalán como en castellano, y para ampliar su formación se instaló durante una temporada en París, auténtico faro para los intelectuales del mundo entero. A su regreso a Barcelona, en 1890, fundaba una Sociedad de Conciertos Clásicos. Y en en el año 1901 la Academia Granados, donde el propio maestro daba clases de piano. Por el centro educativo pasaron intérpretes musicales tan destacados como la soprano Conchita Badía, que respecto a la técnica del pianista leridano, comentaría algún tiempo después: «Hay una manera de tocar, un «estilo Granados». Y no solamente en lo que respecta a sus obras y, en particular, a sus obras de piano, y a determinadas canciones suyas. Poseía un tacto tan delicado que no golpeaba, sino que pulsaba la nota».
Considerado uno de los grandes pianistas de la nación, junto a su amigo Pau Casáis, Granados comenzaría por entonces su mejor etapa como compositor. Su obra musical tuvo un trasfondo nacionalista y folklórico, caracterizándose las composiciones por la melancolía y la más pura nostalgia española. Así las castizas «majas» se convierten en protagonistas de las inolvidables «Goyescas», composiciones máximas en la trayectoria de Enrique Granados. Esta serie, inspirada por la contemplación de las pinturas de Goya en el Museo del Prado, triunfó rotundamente en el París de 1914, consiguiendo que el autor fuera recompensado con la prestigiosa Legión de Honor, máxima condecoración en el país vecino. Entre el resto de su voluminosa obra podemos destacar la zarzuela «María del Carmen», además de distintas piezas para piano: «Tonadillas», «Los majos enamorados», «Danzas españolas», «Allegro de Concierto» y «Escenas románticas». Todas ellas significadas por la poesía y el embrujo que siempre asociamos con Granados. En diciembre de 1915 se produjo una emotiva despedida en el puerto de Barcelona. El maestro Manuel de Falla ha acudido para desear una feliz travesía a su amigo Granados, que viaja a Nueva York para asistir al estreno de «Goyescas». Por cierto, la primera ópera española que tuvo el honor de representarse en Estados Unidos. En la atmósfera vibraban malos presagios. A causa de la Primera Guerra Mundial los submarinos alemanes atacaban a los grandes buques que surcaba el Atlántico, como había ocurrido meses antes con el trasatlántico «Lusitania». No resulta extraño que Granados, con aire fatalista, comentara: «Estoy seguro que en este viaje me dejaré los huesos «. En la singladura de ida no ocurrió percance alguno, pero a la vuelta, después de un gran éxito que le valió una invitación para tocar en la Casa Blanca, Enrique Granados formaba parte del pasaje del «Sussex». El 24 de marzo de 1916 el torpedo de un submarino alemán alcanzó al buque; el maestro murió ahogado.

Calle GranadosFuente: Diario de León

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