Calle Pelayuelo

Aunque en otro tiempo se la conocía como Travesía de los Cubos, lleva muchos años instalada en el callejero urbano capitalino y llama la atención por lo sorprendente de su nombre: calle del Pelayuelo. Más de un ciudadano se ha preguntado por la procedencia o el significado de esta curiosa denominación, a la que desconociendo su origen se asocia por similitud onomatopéyica con don Pelayo.
Nada más lejos de la realidad, pues desentrañado el misterio desde el comienzo, debemos decir que Pelayuelo era el nombre de un caballo. Así de sencillo.
Para salir de dudas y ubicar mejor la calle, conviene decir que su trazado es recto, con estrechas aceras y muy pequeña. Surge en el ángulo que forman la Avenida de los Cubos y la calle Carreras, concluyendo en el entronque de Perales y Alfonso El Justiciero, en pleno Barrio de La Palomera. Es una de las vías más diminutas y castizas del callejero local, y sin embargo de enorme raigambre histórica. Apenas son dos casitas las que configuran la acera izquierda, mientras que las viviendas de la derecha lucen on aspecto mas renovado.
Debemos referirnos a don Filemón de la Cuesta González, el entrañable «cura» que naciera en Posada de Valdeón, director que fuera del Diario de León y hombre ligado a los sectores ciudadanos más conservadores y tradicionalistas. Es don Filemón, como decimos, quien nos habla del famoso Pelagiolus o Pelayuelo, el noble bruto que poseía el rey leonés Bermudo III. Un monarca que sí cuenta con calle propia en la capital. Por esas casualidades que tiene la vida, don Filemón vivía en la Plaza San Pelayo. Sin que ello, insistimos, tenga nada que ver con el nombre que hoy tratamos. Es muy probable que nuestro Pelayuelo, destacado por su extraordinaria rapidez y ligereza, procediera de la montaña leonesa de Babia o Valdeburón. Unos enclaves caracterizados por su importancia y categoría en la cria de ganada caballar.
Vamos ya con el origen de la leyenda de Pelayuelo. Al morir el rey Sancho III de Navarra, Bermudo III se coáligó con su hermano don García para buscar la guerra con el sucesor Fernando I, heredero de la corona vacante.
La batalla se entablaría en el valle de Támara o Tamarón, en las inmediaciones de la palentina localidad de Frómista. Allí encontraba la muerte Bermudo, en un comprometido lance del que, desgraciadamente, no pudo salir victorioso. El rey leonés trató de acometer bruscamente a la caballería enemiga, desorganizándola, pero con tan mala fortuna que el ímpetu de Pelayuelo hizo que al momento Bermudo III se encontrara distanciado de sus tropas, quedando sólo y acorralado en una feroz y despiadada lucha. En aquellos momentos de furia incontenible, rodeado de enemigos por todas partes, matando sin piedad a cuantos adversarios encontraba a su paso, una lluvia de lanzas cayeron sobre su caballo y persona, sucumbiendo en aquel campo de batalla montura y jinete, desangrados y destrozados por mil heridas.
Así acabó, en aquel lejano año de 1037, la monarquía asturiano-leonesa, extinguiéndose la línea directa de los sucesores del mítico rey don Pelayo, quien precisamente había iniciado la dinastía en Covadonga, el año 718. Bermudo III, hijo de Alfonso V, reinó en León desde 1028 a 1037, y a lomos de su Pelayuelo falleció aquel intrépido jinete.
A pesar de desaparecer en plena juventud, el historiador Lafuente le dedica este elogioso epitafio: «Sin los vicios de la juventud, se ocupó de reformar las costumbres, era el consuelo de los pobres, fue justo y benéfico, y con las leyes y castigos oportunos llegó a corregir en gran parte el desenfreno y la licencia que se había introducido y propagado en el reino». Ahí está esa calle que, aunque por su nombre pueda resultar un tanto insólita, la ciudad de León dedica a un «real caballo». Su ubicación queda un tanto alejada de la que homenajea a su dueño, pero este entrañable «Pelayuelo» tiene su peso específico en el entramado urbano del León más rico en leyendas y hechos del pasado.

Fuentes: Diario de León