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Calle Misericordia

Si buscamos en el diccionario la palabra «misericordia», encontraremos como definición la de «virtud que nos inclina a ser compasivos y clementes». Y verdaderamente hay que tener clemencia de aquellos que han de subir, e incluso bajar, esta empinada cuesta cuando se llevan en el cuerpo unos cuantos vinos de más. En su excusa, debemos tener en cuenta que estamos en pleno «Barrio Húmedo», dentro de una de sus vías más castizas y al tiempo «empinadas» junto con la vecina de los Castañones. Se trata, en definitiva, de uno de los barrios capitalinos con mayor magia y embrujo, pleno de reminiscencias judías, moriscas y cristianas.
El que más y el que menos, unos con mayor frecuencia que otros, no creemos que exista un solo ciudadano que no haya pasado una y mil veces por esta calle tan concurrida y bulliciosa. Menos mal que, por estética y simplemente pensando en el bien común, desaparecieron sus estrechas’ y míseras aceras hace unos años. Ahora toda ella es peatonal, evitando los múltiples peligros que ocasionaba la fluida circulación de automóviles. Comienza su parte más alta en lá emblemática encrucijada que configura la Plaza de San Martín, para en un mediano recorrido concluir en el entronque de las calles Santa Cruz y los Castañones, en la pequeñita Plaza de Riaño. Tuvo hace años los nombres de Cal de Moros y de la Sinagoga, y desde luego su actual trazado urbano es tan ajetreado y llamativo como su mismo origen histórico, caracterizándose su calzada por los vaivenes y pintorescos recovecos. Pero no nos adelantemos porque, como decimos, estamos hablando de una vía ahora peatonal y de gran tradición, que en principio puede entenderse como una prolongación natural de esa plazuela central que intenta representar, y lo consigue, el cogollo lúdico del León más típico. Es muy probable que la calle se abriera allá por el lejano siglo XIII, como vía de comunicación de la ciudad con los arrabales, conservando en la parte inicial su primitiva estructura. Unos pasos más allá, sin embargo, adopta la forma de suave «S» y se ensancha considerablemente hasta casi el doble de su inicio, tomando una prestancia y empaque que sirve de digno y merecido colofón. Las viviendas son tradicionales en líneas generales, susceptibles de mejora en muy diversos aspectos, con edificios de similar altura y distinta prestancia. En las horas del mediodía y al caer la tarde recobra su vida, en un ambiente de bullicio y gentío que inunda los distintos establecimientos de bebidas y tapeo que proliferan en sus laterales. Estos bares sustituyeron a los escasos comercios que tuvo la calle Misericordia en otras épocas, ahora todos ellos desaparecidos. De la misma forma, al igual que fueron muriendo de agotamiento aquellas tiendas tradicionales, también desapareció de estos lugares todo vestigio de población hebrea que habitó en nuestra ciudad durante los siglos XII al XV. Momento histórico, por cierto, en que los judíos gozaron de mayor apogeo, bienestar económico y aceptación social. Sin embargo, hacía tiempo que se vivía en toda Europa una campaña antijudía, propagándose multitud de bulos y mentiras donde se les acusaba de toda clase de crímenes horrendos. Entre otras falsedades, se decía que los judíos envenenaban el agua de las ciudades, sacrificaban niños en el sagrado día de Viernes Santo, profanaban hostias consagradas, administraban pócimas mortales a los enfermos cristianos, y otra serie de barbaridades. Así, en este ambiente de histeria colectiva, se produjo el famoso crimen de Sepúlveda. En 1468 desaparecía un niño en esta localidad segoviana, situación que aprovechó el obispo Juan Arias Dávila para detener a los judíos más ricos del lugar -aprovechando de paso para apoderarse de sus riquezas-. Diecisiete de ellos serían quemados y ahorcados públicamente, condenados por haber crucificado al niño perdido, después de injuriarle y vejarle. De esta forma nacía el mito de las «judiadas», término que se aplicaba a todos los males y desgracias posibles. Y que, por cierto, aún pervive en muchas zonas rurales leonesas. Así, la todopoderosa Inquisición comenzaba un proceso de purificación contra los falsos conversos al cristianismo, procedentes de las filas judías. Todo ello en aras de la pureza de ambas religiones. En realidad se trataba de atacar primero a los falsos conversos que comenzaban a proliferar, en un intento de proteger su vida y sus personas, para ocuparse luego del «problema judío». Y dado que la actuación de los inquisidores se basaba en denuncias anónimas, y en muchas ocasiones falsas, se creó un enfrentamiento entre judíos y conversos que empeoró aún más la peligrosa situación. La espiral contra los hebreos se fue incrementando según corrían los años. En 1476 se les privó de su independencia en causas criminales; en 1480 se les separaba por barrios; y en 1483 y 1486 se les ordenaba que abandonasen Andalucía y Aragón. Finalmente, el 31 de marzo de 1492 los Reyes Católicos firmaron el edicto de expulsión de los judíos, para lo que se les daba un plazo de tres meses. Podían irse acompañados de su familia; y criados, además de enajenar sus bienes. Permanecerían bajo la protección real mientras estuviesen en suelo español, pero en caso de regresar serían condenados a la pena de muerte. La única posibilidad de quedarse estribaba en bautizarse, abandonado de verdad la religión hebrea.
Se calcula que había entonces en España alrededor de 400.000 judíos, de los que salieron alrededor de 160.000. Los expulsados, que recibieron el nombre de sefardíes, se dirigieron á Portugal, África del Norte, Turquía, Italia y Rumanía. Con la marcha de los judíos comenzó un proceso de decadencia no solo para este pueblo, sino que se extendió a todo el país, traducido en nuestra ciudad, como en tantas otras, en la llegada del azote de la pobreza y la miseria. No terminarían ahi las desgracias de éste pueblo, pues muchas familias pudieron infiltrarse entre la población y convivir con los cristianos, hasta que el 11 de septiembre de 1609 y decidido por el rey Felipe III, se produjo el definitivo éxodo que acabó con su expulsión total. Con ella fueron borrados del viejo solar urbano leonés los nombres de las calles Moros, Sinagoga, Silvana, Revílla o Rodesneros.
La comunidad judía tuvo distintas sinagogas en la provincia y, según parece, una de las más conocidas la de Bembibre. La de la asentada según parece hacia la mitad de la calle Misericordia, en sus números pares, desapareció totalmente en 1887, ante el abandono a que estaban sometidas sus viejas estructuras como consecuencia del paso del tiempo. En aquella popular sinagoga cantaba sus salmos en alabanza a Dios el salmista Barahona, a quien la ciudad ha dedicado una calle. Situada en el corazón del barrio judío, este paso recibió por ello el apelativo de Cal de la Sinagoga, hasta que en el siglo XVI, con la sustitución de la sinagoga por una capilla en honor del Santo Cristo, cambiaba su nombre por el de Misericordia. Por entonces surgía la cofradía penitencial de idéntica denominación, con gran raigambre y tradición en toda la barriada. Una de las misiones de sus cofrades era la de ayudar a aquellos reos que habían sido condenados a la pena capital, celebrando procesión. La esquila y la cruz, junto con el sacerdote ataviado con túnica negra, abrían el cortejo procesional, solicitando a su vez limosna para la sepultura del condenado y que fuera encomendada su alma a Dios. A finales del siglo XIX, al compás de un proceso de reestructuración urbana, la vieja capilla sería trasladada a la cercana iglesia de San Martín.
Hemos de finalizar este recorrido por la calle Misericordia de una forma más alegre, intentando olvidar esa negrura que simbolizan garrote y picota. Y qué mejor manera que hacerlo como lo iniciábamos; es decir, superando una vez más esa empinada cuesta y visitando algún bar, donde el dios Baco nos hará olvidar las oscuras tinieblas, miserias e injusticias de un pasado qué en este caso nunca fue mejor. Sólo hay que preguntárselo a los judíos, ¿verdad?

Fuente: Diario de León

6 respuestas a «Calle Misericordia»

¡Hola! Voy cada año a veranear a León porque me parece precioso y tengo origen leonés, y suelo pasar casi cada día por esta calle. He leído que Buenaventura Durruti fue a una escuela de esta calle. ¿Sabrías decirme de qué escuela habla y dónde se situaba exactamente? ¡Muchas gracias! Saludos a los leonesines.

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