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Calle San Rafael

De las cerca de treinta calles que integran el barrio de San Mames, hoy nos toca visitar la que homenajea a San Rafael, nombre que lleva gracias a la cooperativa que, a mediados del pasado siglo, se ubicó en las entonces nuevas parcelaciones de San Mames, al igual que las que paulatinamente se irían conformando en El Ejido y La Chantría. La calle es recta y larga, y como todas las que parten del lado derecho de la avenida de San Mames, donde comienza, termina en otro de los dos grandes ejes urbanos de este entorno, la cercana avenida de Nocedo. Sus viviendas presentan un aspecto uniforme, tanto en el tiempo como en altura. La única excepción debemos buscarla en su final, con un edificio que casi dobla en altitud a los inmuebles anteriores, aunque como prueba de la tradición etnográfica que aún puede observarse en la zona, la calle concluye en su lado opuesto a esta «novedad» arquitectónica, con la conocida como «Bolera Nocedo». Uno de tantos lugares de ocio y esparcimiento presentes en distintos lugares de la ciudad, dedicados principalmente al divertimento de los leoneses del grupo de la tercera edad. Muchas ciudades han adoptado a San Rafael como patrono y entonces podía ser perfectamente aquel carmelita que, con el nombre de Rafael de San José, fue ordenado presbítero a los 47 años de edad. Nacido en la ciudad polaca de Vilna, de familia noble, hizo una carrera militar en la que destacó, siendo hecho prisionero y llevado a Siberia para realizar trabajos forzados. Pronto destacaría por su vida entregada a la caridad, oración y penitencia. Podríamos extendernos en la vida de este santo, fallecido en 1907, pero seguro que no se corresponde con el que homenajea nuestra calle, al ser su nombre San Rafael Kalinowski. Una calle con escasamente medio siglo de vida a sus espaldas apenas tiene historia, sino es porque su rótulo refleja nada más y nada menos que la realidad histórica de los hechos narrados en el Libro de Tobías. Estamos hablando del santo Rafael, uno de los siete Arcángeles que rodean al trono del Altísimo, el santo invocado como abogado de los que viajan y también para prevenir y curar las dolencias del cuerpo y del alma. Igualmente ha sido el patrono de los Caballeros Mutilados por la Patria, ocupando el cargo de coronel honorario el insigne e inmortal Miguel de Cervantes, la gloria de las letras castellanas. Dada la particular y «racial» historia del país, antiguo imperio que se apropió de medio mundo por la fuerza de las armas, no resulta extraña la gran cantidad de heridos y mutilados dentro del estamento militar. Cada campaña y nueva conquista traía consigo una avalancha de damnificados, no siempre recibidos con generosidad a la hora de su regreso a la patria. No obstante, a principios del siglo XIX quedaba oficialmente instituido el que se bautizó como Cuerpo de Inválidos. Su primer jefe fue el heroico general Palafox, capitán general y comandante de la nueva fundación entre 1835 y 1847. Le sucedería el también capitán general Pedro Villacampa, de enorme protagonismo en el discurrir de la pasada centuria. Tras ellos han venido muchos otros militares de prestigio, siempre cobijados bajo la sombra del genial Miguel de Cervantes.

Fuente: Diario de León

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