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Avenida Asturias

La avenida de Asturias, esa arteria que representa una especie de «recibidor» para los visitantes que acuden a nuestras tierras, no tiene pérdida, pues el que más y el que menos sabe donde comienza y también su terminación. Bueno, con respecto a su final… Lo que sí está claro es que si seguimos su trayecto acabaremos en la propia Asturias, esa provincia hermana que es frontera por el lado norte de la provincia leonesa y que impide nuestro contacto directo con el bravo mar Cantábrico.
En la actualidad empieza en la larga y bulliciosa avenida de Alvaro López Núñez, difuminándose posteriormente en la Nacional 630. Sabemos que antes tuvo la denominación de Fábrica de la Sierra, cuando a mediados de la década de los años veinte nacía en el barrio de San Esteban, pero en el decenio siguiente ya se la conocía como Carretera de Asturias.
Llegados al año 1969 y siendo alcalde de la capital don Manuel Arroyo Quiñones, por iniciativa de la comunidad de los Maristas al cumplirse el centenario del inicio de sus actividades en León, se solicitó fuera bautizada como «Avenida de los Hermanos Maristas». No se llegó a un acuerdo y el cambio quedaría en suspenso, por considerar que el nombre corresponde «a una región muy ligada a León». Lo que sí se aprobó, pero ya en octubre del año 1973 y ocupando la alcaldía don Manuel Diez Ordás, fue dar continuidad con el nombre de Avenida de Alvaro López Núñez al tramo que iba desde el actual comienzo de la avenida de Asturias y que llegaba hasta la que entonces se denominaba Avenida del 18 de Julio, hoy prolongación de Padre Isla. En dicha fecha se ratificó, como decimos, «que la citada avenida empiece en el punto donde toca con la indicada calle de Alvaro López Núñez».
Nada más comenzar su andadura esta larga avenida, deja a la derecha el clásico y precioso edificio de ladrillo visto que realizara don Ramón Cañas del Río según un proyecto de don Antonio Flórez. Precisamente y gracias al impulso de don Alvaro López Núñez, abriría sus puertas en 1931 con la idea de aunar la Escuela Normal de Maestros y Maestras. Durante la guerra civil sería utilizada como Hospital Militar, sufriendo grandes desperfectos que llevarían a una profunda restauración culminada en 1947, año en que se produjo su reapertura definitiva. Su primer director sería don José María Vicente López, homenajeado con una calle muy próxima que lleva su nombre. En la actualidad este llamativo edificio está habilitado como I.E.S. Claudio Sánchez Albornoz, dependiente del Ministerio de Educación y Ciencia. Le sigue otra amplia construcción de tres alturas y que acoge lo que en su dia fue Parque Móvil de los Ministerios civiles, con medio siglo de existencia a sus espaldas y que supuso al leonés don Pedro Fernández Valladares, subsecretario de Gobernación, el nombramiento como Concejal Honorario del Ayuntamiento capitalino por su excelente labor y patrocinio. Siguen por este mismo lado unos compactos y modernos bloques de viviendas, a semejanza de los que conforman su acera izquierda y todo ello dentro de lo que podríamos llamar primer tramo, caracterizado por una pronunciada pendiente. Cuando la calle adquiere una cierta horizontalidad, rebasado este primer tramo, se erige a mano izquierda el actual colegio que con el título de «Graduadas Anejas» a las Escuelas de Magisterio, se incluyó en 1961 dentro del Plan Nacional de construcciones Escolares, tal como reza una placa que puede leerse en su misma entrada. Ya en su título hace referencia a aquellas escuelas de prácticas o «anejas» dependientes de la cercana Escuela Normal de Maestros. En el que hace el número 16 de la avenida, o lo que es lo mismo en su acera derecha, tenemos el Cuartel de Caballería «San Marcelo» y el VIII Depósito de Sementales del Ejército. En la época de la II República se iniciaron las obras del citado acuartelamiento, ocupado inicialmente por el Regimiento de Infantería de Burgos n° 36. Dicho regimiento, desaparecido en 1824, vuelve a crearse por Real Decreto de 16 de agosto de 1847, gracias a la unión de tres compañías del regimiento «Guadalajara» y nueve del regimiento «Almansa». El primero de ellos, con el sobrenombre de «Regimiento del Sol», ha quedado también registrado en el callejero de nuestra ciudad. El Regimiento de Burgos volvió a desaparecer con la nueva organización del Ejército en 1965, con un recordado y emotivo acto patriótico y castrense celebrado en la Plaza Mayor, cuando el pueblo de León despidió a su bandera. Luego, vendría a sustituirlo el Regimiento de Almansa.
Esta última unidad, nacida con la denominación de «Batavia» (Holanda), se creó en dicho país el 12 de enero de 1676, adoptando en 1765 el nombre de Regimiento de Caballería Dragones de Almansa, en honor de la sangrienta batalla celebrada en la ciudad del mismo nombre durante la guerra de Sucesión. Vendría a España a raíz de negar juramento de fidelidad a Napoleón los soldados españoles, estando entonces a las órdenes del prestigioso marqués de la Romana. El regimiento participaría en las campañas de Marruecos, Cuba y, por supuesto, en la fratricida contienda civil de 1936, luciendo en sus gloriosos estandartes lucía la leyenda: «Almansa avanza / y nadie le alcanza».
En nuestra ciudad sustituyó, como decimos, al Regimiento de Burgos, siendo la primera avanzada mecánica del Regimiento Acorazado de Caballería Almansa n° 5, y prestando guarnición desde el 27 de enero de 1966. Al igual que en el escudo de la ciudad, también figuraba un león rampante en el de esta histórica Unidad. Por su parte, los Depósitos de Sementales se crearon el 5 de enero de 1893, siendo un total de seis para el conjunto del país. Se instalaron en León el lejano año de 1908, en la conocida como Casa de Peregrinos, edificio recuperado y en donde en la actualidad se encuentran las oficinas del Defensor del Común de la Junta de Castilla y León. Hoy en día el castrense cuartel de San Marcelo, de tanta raigambre en León, se encuentra práctica y desoladoramente vacío. Sus férreas y amplias construcciones son apenas una pálida sombra del pasado, a la espera de un futuro sin determinar y después de las permanentes reestructuraciones habidas en el seno del Ejército español.
Dando un salto a la acera de la izquierda y tras rebasar un solar vacío por el momento, hacia el número 23 se ubica la Residencia Santa Lucía, dependiente de la Diputación Provincial. Aquí se concluyó, a finales del año 1956, la que sería Casa de Maternidad e Instituto de Maternología y Puericultura, integrados posteriormente en el Hospital General. Rodeada de un amplio y refrescante parque, el enrejado que la cierra perteneció al chalet conocido como de don Paco Sanz, desaparecido tras levantarse sobre el mismo el popular edificio del Banco de España. Por una Real Cédula del 3 de abril del año 1787, el rey Carlos III, «el mejor alcalde de Madrid», dispuso que los enterramientos se suprimieran en los recintos sagrados, para realizarse desde entonces en construcciones habilitadas a las afueras de las poblaciones. En León se llevó a efecto la construcción del primer cementerio en 1804, dentro de unos terrenos cedidos a tal efecto por la Real Colegiata de San Isidoro.
El General o Municipal, como se conocía en la época, tuvo bastantes problemas para formalizar su apertura, inaugurándose por fin el 6 de julio de 1809 y efectuándose enterramientos hasta el 31 de enero de 1932, más de un siglo después. En esa fecha cerró definitivamente sus fúnebres puertas, permaneciendo durante muchos años como jardín romántico y pleno de evocaciones. Sin ir más lejos, en el frontispicio de su capilla se podía leer: «El cuerpo aquí concluye, aquí termina. El alma a nueva vida se encamina».
La pequeña campana que allí había, fue trasladada al conocido y viejo Consistorio de la Plaza Mayor. Al día siguiente sería inaugurado el nuevo recinto funerario municipal de Puente Castro, bajo la advocación de San Froilán. Y nuestros lectores se preguntarán: ¿a qué viene ahora hablarles de cementerios? Pues, sencillamente, porque aquel primitivo enterramiento ocupó el solar donde luego se levantó la Maternidad y donde ahora se ubica una residencia de ancianos. ¡Hay que ver como cambian los tiempos!.
Pero nuestra avenida prosigue su largo discurrir y atrás quedarán las instalaciones del Colegio Maristas Champagnat, o los depósitos de aguas que tan imprescindibles resultan para el abastecimiento de la ciudad, dedicados al común de los vecinos y su salud pública, como rezan algunas fuentes de la ciudad. Habremos pasado por los barrios de San Esteban y Las Ventas, y ahora estamos en Cantamilanos y La Inmaculada.
Llegados a este punto podremos observar una serie de carreteras circulares que sirven de enlaces a diferentes puntos de la ciudad, la que ya es carretera a Gijón, Nacional 630. Llevamos algún tiempo en zona escampada, algo que evidencia bien a las claras la sorprendentemente escasa metamorfosis urbana experimentada por todo este entorno, en especial si la comparamos con el espectacular despegue social vivido en otras barriadas de este viejo y pujante León. No obstante, para los apegados a las tradiciones, todavía nos queda el regusto romántico de comprobar lo poco que van cambiando las cosas por aquí, argumento que también sirve para los pequeños edificios o alguna industria de cierto calado que siguen jalonando esta vía. Mas allá, según parece probar un olor a yodo y sal que invade nuestra imaginación, tras la serpenteante y transitada carretera nos esperan los horizontes marítimos del siempre añorado mar Cantábrico.
Hemos repasado en su totalidad el trayecto urbano de esta gran avenida, al tiempo que evocados los avatares históricos de sus muchos y representativos edificios.
Los orígenes históricos de Asturias se remontan muchísimos siglos atrás, a los tiempos de culturas primitivas integradas por pescadores y cazadores, refugiados en las cuevas del oriente provincial. Así lo prueban distintos restos humanos e incluso evolucionadas pinturas rupestres, realizadas por los primeros astures, en las que aparecen siluetas de elefantes, vacas, cabras o bisontes. Y, para completar este vetusto cuadro del pasado, no debemos olvidar símbolos espirituales y religiosos como los dólmenes erigidos en la comarca de Cangas de Onís. Eran gentes bravas y rudas, acostumbradas a una eterna y en ocasiones mortal pelea con los elementos, como pudieron comprobar los soldados romanos. Y es que Asturias sería el último territorio hispano conquistado por las tropas imperiales. Para tener controlados a tan peligrosos vasallos, el primer prefecto de la Roma de Augusto, Publio Carisio, publicó un decreto por el que se ordenaba a los asturianos que abandonasen los castros y poblados de la montaña, para establecerse en los más accesibles valles. La riqueza aurífera de Asturias fue aprovechada a fondo por los romanos, tal como registraron en sus crónicas de época escritores como Plinio, Marcial y Lucano. Vestigios romanos aparecen por todo el territorio del Principado, en forma de aras votivas y antiguas construcciones.
Aunque quizá sea en la hermosa ciudad de Gijón, cuya playa es destino obligado de veraneo para muchos leoneses durante los últimos años del pasado siglo, donde mejor se puede rastrear la presencia imperial en estas verdes y húmedas tierras. Así se han excavado distintos restos de la muralla construida por los romanos en los siglos III y IV, cuya puerta principal estaba conformada por dos torres cuadrangulares, tal como aún puede verse hoy en día. En el Parque Arqueológico de la Campa Torres se conservan los pozos artesianos y los aljibes. Pero el monumento más llamativo son las termas de Campo Valdés, cuya visita permite conocer las monedas, la dieta alimenticia, la flora y la fauna y el ajuar doméstico de los gijoneses del pasado. También fue en Asturias donde, según nos cuenta la tradición más rancia, comenzó la Reconquista de aquella España tomada durante siglos por los árabes. Allí, en el bello Parque Nacional de Covadonga, se venera a la santina en «la cueva de la Señora», lugar del que partieron Pelayo y sus guerreros para enfrentarse, y vencer, a los hombres guiados por la media luna. Expulsados los musulmanes de su territorio, en la primera mitad del siglo VIII nacía la monarquía astur encabezada por Favila, hijo del heroico Pelayo. Por cierto, muerto entre las fauces de uno de aquellos osos que poblaban, y aún lo hacen aunque en mucho menor número, los montes y riscos asturianos. A finales de ese siglo, el rey Alfonso II trasladaba la corte a la recién nacida capital de Oviedo, surgida en torno al monasterio fundado por el abad Fromentano. Con el paso del tiempo, la ciudad fue enriquecida con monumentos y construcciones tan señeras como la catedral del Salvador. En la Cámara Santa ovetense se custodian, entre otras muchas cosas, dos extraordinarias joyas: la Cruz de los Angeles, blasón de la catedral y de la propia ciudad. Y la Cruz de la Victoria, definida por algún experto como «la más rica joya que hay en España». No hace falta extendernos sobre una capital de lo más elegante, famosa por su Universidad o el magnífico pulmón verde que es el Campo de San Francisco. Separada por apenas unos cuantos kilómetros pero enfrentadas a cuenta de una de esas rivalidades regionales que se dan en todas partes, encontramos la recogida y marítima ciudad de Gijón. Una villa moderna e industriosa, plenamente integrada en eso que los folletos turísticos definen como «la Costa Verde».El más importante de sus recursos es, desde luego, la fantástica playa de San Lorenzo, dotada además de un excepcional paseo cara al mar. Ciudad alegre y desenfadada, acoge durante los meses de verano a gran número de visitantes que acuden al reclamo de eventos tan importantes y populares como «La Semana Negra» o la veterana «Feria Internacional de Muestras». Aunque el principal santo y seña de Gijón es ese bravio y saludable mar Cantábrico en el que nos volcamos los leoneses cada año, dispuestos a gozar una vez más de todos los encantos y posibilidades recreativas que nos ofrece la también conocida como Villa de Jovellanos.


Fuente: Diario de León

3 respuestas a «Avenida Asturias»

Completísima e interesantísima entrada, pero parece que reduces el territorio de los astures a la actual Asturias, cuando en realidad abarcaba también casi toda nuestra provincia (que era donde tuvieron la capital, Astorga-Asturica Augusta) y gran parte de Zamora. Precisamente recibieron el nombre de astures o ástures por el río Astura (actual Esla), que ni siquiera pasa por la actual Asturias. Ironías de la Historia.

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