En un lugar de la basílica de San Isidoro hay una barrica de roble. Solamente el abad y el administrador de la colegiata saben el lugar donde se halla esta barrica de vino. Gracias a ello no pudo encontrarse ni por la francesada cuando invadió el templo ni en otras ocasiones tumultuarias en que se ocupó la basílica.
La barrica procede ya del siglo XII y dícese que la llenó de vino Santo Martino de León «con once cantaros de vino» unos 176 litros; vino que tiene solera de novecientos años. Todos los años se observa un ritual ceremonioso; el abad saca una jarra de vino de la barrica y repone dos jarras de mosto. Lo hace con sigilo, sin que nadie se entere, sólo él y el administrador. Lo hacen en Jueves Santo, después del Santo Oficio, probándolo ellos y luego los demás canónigos. En pasadas épocas, el día de la extracción del vino ocurría en Nochebuena, después de la misa del Gallo, porque era día de ayuno que ya se rompía tras los divinos oficios y servían el vino. Y cuenta don Antonio Viñayo que alguno de aquellos canónigos, tras el trasiego del licor oía cantar el gallo de la torre; ese gallo dorado que remata el románico campanario del templo, que es todo un símbolo leonés. El abad repone dos jarras para compensar la evaporación e impregnación de la madera de la barrica.
El rey Don Alfonso XIII, con ocasión de su visita a la basílica mostró interés por esta tradición y rehusó catar el vino por no romper la costumbre, aunque le había sido ofrecido pese a no ser Jueves Santo. Aquellos que lo han probado aseguran que el vino es muy fuerte, casi como coñac, dulzón, es como néctar y ambrosía de los dioses del Olimpo. Con ochocientos años de solera no hay en España vino tan añejo, ni el mejor vino de las más antiguas bodegas jerezanas.
La barrica procede ya del siglo XII y dícese que la llenó de vino Santo Martino de León «con once cantaros de vino» unos 176 litros; vino que tiene solera de novecientos años. Todos los años se observa un ritual ceremonioso; el abad saca una jarra de vino de la barrica y repone dos jarras de mosto. Lo hace con sigilo, sin que nadie se entere, sólo él y el administrador. Lo hacen en Jueves Santo, después del Santo Oficio, probándolo ellos y luego los demás canónigos. En pasadas épocas, el día de la extracción del vino ocurría en Nochebuena, después de la misa del Gallo, porque era día de ayuno que ya se rompía tras los divinos oficios y servían el vino. Y cuenta don Antonio Viñayo que alguno de aquellos canónigos, tras el trasiego del licor oía cantar el gallo de la torre; ese gallo dorado que remata el románico campanario del templo, que es todo un símbolo leonés. El abad repone dos jarras para compensar la evaporación e impregnación de la madera de la barrica.
El rey Don Alfonso XIII, con ocasión de su visita a la basílica mostró interés por esta tradición y rehusó catar el vino por no romper la costumbre, aunque le había sido ofrecido pese a no ser Jueves Santo. Aquellos que lo han probado aseguran que el vino es muy fuerte, casi como coñac, dulzón, es como néctar y ambrosía de los dioses del Olimpo. Con ochocientos años de solera no hay en España vino tan añejo, ni el mejor vino de las más antiguas bodegas jerezanas.