Calle Juan Gonzalez Acebedo

La vía que lleva el nombre de Juan González Acevedo, se extiende desde la avenida de Mariano Andrés, donde comienza, hasta la de Asturias. Su trazado queda dibujado en fuerte y recta pendiente ascendente, al menos hasta la curva que presenta hacia la mitad del recorrido. En cuanto a los edificios que la conforman, el inicio se distingue por casas de una altura y bien características de esta barriada.
Según avanza la arteria nos encontramos con un gran muro correspondiente al cuartel de San Marcelo. Y enfrente una serie de edificios más consistentes y modernos, de superior envergadura y total armonía con la estética urbana predominante en la avenida de Asturias.
Comentar que existe un error evidente en el rótulo de esta calle, ya que lo cierto es que homenajea al ilustre don Juan González Acebedo, con «b», doctor en Derecho, canónigo de León, catedrático en Salamanca y eminente jurisconsulto. Un personaje con enorme peso específico en la historia leonesa y, según algunos de sus biógrafos, de los más brillantes que han nacido en estas tierras.
Curiosamente, a modo premonitorio de lo que iba a ser una brillante carrera profesional, todo parece planeado y perfecto en este leonés, pues don Juan González Acebedo vino al mundo en el pueblecito del mismo nombre, Acebedo. Era hijo de don Juan y doña María, pertenecientes a una de las familias más destacadas y queridas en la montaña de Riaño. Además contaban con los suficientes medios económicos como para procurar al muchacho una excelente educación, como se haría patente años más tarde en los distintos cargos de relieve que llegaría a ocupar.
Así las cosas, el joven Juan cursaría estudios en la prestigiosa Universidad de Salamanca, conocida por entonces en el orbe europeo como «la ciudad sabia». Allí se doctoró y, gracias a sus propios méritos, llegaría a ser catedrático de la misma. Su personalidad e inteligencia natural honrarían a aquel famoso claustro, que llegó a tener en aquella época deslumbrante hasta 70 cátedras y 10.000 estudiantes.

Precisamente en tiempos de Enrique III, rey de León y de Castilla, que gobernaría desde 1390 a 1406, llegó a ser tal su fama como jurisconsulto que dicho monarca, al suprimir de sus puestos a todos los Oidores de su Consejo, solamente mantuvo en sus funciones a Acebedo. Y ello, según antiguas crónicas, porque «era muy buen hombre e muy buen letrado e hacía todo muy justamente».
En 1410 viajaba a Zaragoza para desempeñar una delicada gestión diplomática. Estaba comisionado por el infante don Fernando para averiguar a quien correspondía realmente el reino de Aragón. Posteriormente, y moviéndose con soltura y tacto en estos complejos vericuetos diplomáticos, se desplazó a Peñíscola para discutir con el antipapa Luna sobre si se le debía rendir obediencia. El leonés Acebedo votaría en contra de que el rey de Castilla y León, que por entonces lo era Juan II, le reconociera autoridad espiritual. Más tarde, el 26 de julio de 1417, fue depuesto Pedro Luna, aunque la Iglesia lo incluya como Papa con el nombre de Benedicto XIII.
También representó al reino en calidad de embajador en el famoso Concilio de Constanza, celebrado entre los años 1414 y 1418, donde se distinguió en unos trabajos que pusieron fin al polémico Cisma de Occidente. Hacia 1419 ya estaba de regreso en León, siendo encargado y custodio del sello de la «Poridad». Fue por entonces cuando utilizó todas sus influencias y contactos, que eran muchos, con el objetivo de construir las vidrieras que caracterizan en forma única a nuestra Catedral. Para don Juan González Acebedo trabajaron, en este magno proyecto, los artistas Valdovín y Orozco. Poco le quedaba de vida, aunque los distintos historiadores no se ponen de acuerdo con respecto a la fecha de su fallecimiento. Según la opinión más común, fue durante el transcurso del año 1424 cuando Acebedo, rendido de fatiga pero satisfecho del deber cumplido, entregaba su alma al Señor.