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Calle del Cabrera

En la larga avenida de San Ignacio de Loyola, han proliferado en los últimos años distintas calles con nombres de ríos provinciales. A imitación de gran parte de las que constituyen el llamado barrio de Pinilla, han surgido por el lado derecho de la misma: Truchillas, Araduey, Sequillo, Valdueza, Valcarce y alguna otra que recientemente ha duplicado el nombre de Bernesga. También una de ellas ha recibido la denominación de Cabrera, en referencia al río y no a la popular comarca leonesa.
Como decimos, la calle nominada como río Cabrera nace en la avenida de San Ignacio de Loyola, para concluir en lo que hasta hace poco era el río. Bueno, en lo que entonces eran orillas naturales del Bernesga, y que hoy lleva la denominación de Paseo de Salamanca. Gran parte de su lado derecho está ocupado por el lateral y patio del colegio público «Quevedo» y allí, pasado el rótulo de «Calle del Cabrera». El resto es un destacado y moderno complejo de viviendas, un icono de renovación de la barriada en tiempos pasados, que contribuye sin duda a la imagen de modernidad que aporta nuestra calle protagonista. Por su parte, la acera contraria no desmerece en modo alguno esta panorámica de vistosa prestancia, pues está constituida por edificios algo más actuales, de cinco alturas y aspecto un tanto residencial. La calle es recta y en suave descenso en su inicio, características que para nada se asemejan a las propias del río Cabrera. Porque su curso fluvial cambia con frecuencia de caudal y orientación, conformando un conjunto atractivo y cargado de resonancias históricas y leyendas del pasado.
Vamos a repasar el fluir que sigue el Cabrera, a partir de su nacimiento en las estribaciones de la Sierra de la Cabrera, casi en el mismo ángulo del límite con la provincia de Zamora. Surge en el pequeño arroyo que da origen al lago La Baña, a 1.850 metros de altitud y en una comarca del sudoeste provincial. El río Cabrera toma principalmente las aguas de lo que se conoce como arroyo del Lago, surtido antes de llegar al pueblo de La Baña por las aguas del llamado arroyo del Campillo. Líquido elemento que, en algún caso, puede provenir de las cercanas provincias de Zamora y Orense, entre las elevadas peñas que bautizadas con los nombres de Survía o Trevinca superan los dos mil metros de altura.
El bellísimo lago de La Baña, declarado Bien de Interés Cultural en octubre del año 1990, es un estanque de origen glaciar situado a casi 1.400 metros de altitud, ubicado dentro del municipio de Encinedo. Además de la extraordinaria fauna y flora que cobija, el lago ha dado lugar a leyendas y relatos plenos de hechizo y magia. Por ejemplo, la historia de aquel perverso pastor que mató las cabras de su vecino arrojándolas al agua y sucumbiendo luego a una llamada irresistible de suicidio que le llevó finalmente al fondo del lago.
De vuelta a la trayectoria del Cabrera, a partir de su nacimiento continúa paralelo a la carretera que enlaza los pueblos de La Baña, Losadilla, Encinedo, Quintanilla y Robledo de Losada, hasta llegar a la localidad de Nogar. Poco después de sobrepasar este punto, y tras recibir las aguas del arroyo del Cabo, llegadas desde los más de dos mil metros del Cabeza de la Yegua, experimenta un sorprendente cambio de dirección.
En el tramo que une las localidades de Nogar y Saceda cambia sorprendentemente su rumbo en dirección noroeste, tras recibir su cauce las aguas del río Cabo, afluente también de los viejos carriles romanos que llegaban hasta Las Médulas.
La mayoría de expertos se muestran de acuerdo en que aquellas míticas minas de oro explotadas por los soldados imperiales, se originaron geológicamente entre tres y cinco millones de años antes que el propio Bierzo. El carácter fluvial del terreno que originó el yacimiento de Las Médulas se debe a los sedimentos de un viejo río, casi olvidado con el correr de la evolución geológica, que procedente de La Cabrera se dirigía hacia la meseta central. El hundimiento tectónico que originaría la fosa del Bierzo cambió la red hidrográfica de la comarca, haciendo desaparecer para siempre aquél ignoto río.
Las antiquísimas minas de Las Médulas, exprimidas por los romanos a placer, han entrado, según decimos, en la categoría de lo mítico.
Se trataba de un monumental yacimiento de arenas auríferas que abarcó alrededor de 1.500 acres, conservándose aún algunos vestigios de aquellas remotas explotaciones. Así pueden verse montones de tierra removida, distintas piedras sueltas y restos de los cauces por donde las aguas eran llevadas a los lavaderos instalados en Santa Eulalia de Bordallo, «Las Medas de Sequeiros», apenas a 60 kilómetros de Astorga.
Durante generaciones, miles de esclavos y operarios trabajaron en Las Médulas, como prueban los desmontes más altos, aún visible hoy en día, que alcanzan una altura de entre 80 y 100 metros. Según cálculos realizados por distintos matemáticos, serían sesenta los millones de metros cúbicos removidos en una anchura de dos kilómetros, resultando imposible calcular su correspondiente longitud y profundidad.
Pues bien, enlazando con nuestro tema del día, a Las Médulas llegaban por nueve acequias las aguas precisas para el lavado de las tierras, tomadas de diferentes puntos del río Cabrera en su confluencia con el Sil. Existen crónicas vetustas que aseguran la presencia en el río Sil de innumerables pepitas de oro, recogidas por ciertos mineros que entregaban esos granos en las platerías más reputadas de la ciudad de Astorga.
Algunas personas, llevadas posiblemente por la fantasía y el ansia de aventura y enriquecimiento, especulan con la posibilidad de la existencia de criaderos de metal que permanecerían sin descubrir. En fin; divertimentos de la imaginación que ojalá tuvieran alguna base real.
Pero, de regreso a la cruda realidad, volvamos a los datos geográficos. Tras variar su trayectoria hacia el noroeste y dibujar su curso una especie de semicírculo, se dirige entonces hacia el occidente. Pasa ahora por localidades como Odollo, donde recibe las aguas del Valdeoliva y del arroyo de la Sierra, y más adelante las del río Silván, ya cerca del pueblo bautizado como Llamas de Cabrera.
Por fin, un último tramo deja atrás las localidades de Santalavilla, Pombriego, Castroquilame y Vega de Yeres, encaminándose a Puente de Domingo Flórez. Después de atravesar este hermoso y simpático pueblo, y tras cubrir un trayecto total de 67 kilómetros, a 380 metros de altitud, vierte sus aguas al río Sil, ya en el límite de la provincia gallega de Orense.


Fuente: Diario de León

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