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Calle Alferez Provisional

El año 1902 y en la cercana población de Villada, perteneciente a la limítrofe provincia palentina, nacía don José Martínez Llamazares. Muy joven ingresó en la Academia Militar de Caballería, trasladándose como alférez a la campaña de África y regresando a la península cinco años más tarde, en 1928. Al producirse el llamado «Alzamiento nacional» se encontraba en León, siendo destinado al Regimiento de Burgos, por entonces de guarnición en nuestra ciudad. Posteriormente ocuparía el puesto de secretario del Gobierno Militar y, con el grado de teniente coronel, mandaría el Octavo Depósito de Sementales de León. En febrero de 1958 el ministro de Gobernación le nombró alcalde de León, sustituyendo en el cargo al recordado don Alfredo Álvarez Cadórniga. Permanecería al frente de la alcaldía hasta 1967, cuando fue sustituido por don Manuel Arroyo Quiñones. Falleció don José el día 15 de noviembre de 1974, a los 72 años de edad, estando en posesión de diferentes condecoraciones y medallas. Ahora, lógicamente, nuestros lectores se preguntarán, ¿qué tiene que ver ese hombre, alcalde como hemos dicho de la ciudad, con la calle Alférez Provisional?
Pues este señor, sin placa callejera que lleve su nombre, ni tampoco monumento alguno que le perpetúe, también tiene su «rinconcito» en esta sección, pues no en vano dirigió los destinos municipales durante ocho largos años. A él se debe, en las múltiples sesiones de la alcaldía que presidió, muchos de los nombres de las calles que han llegado hasta nuestros días. Y, como no podía ser menos, don José rigió la sesión que un 9 de noviembre del cada vez más lejano año de 1961, acordaba designar con la denominación de Alférez Provisional «a la calle existente entre la Plaza de Calvo Sotelo y San Agustín». Nació esta mediana calle en la primera década del siglo que acabamos de dejar atrás, cuando ya el llamado «Ensanche» de la ciudad había dado sus primeros pasos. Tuvo los nombres de Travesía de Madrid, calle de Valencia de Don Juan y calle de San Agustín, hasta tomar éste dedicado a los novatos oficiales castrenses que fueron los «alféreces provisionales». Su trazado quedó conformado desde el momento en que los Padres Agustinos, ubicados en la Plaza de San Pelayo, decidieron su traslado al moderno «Ensanche».

El Colegio de Nuestra Madre del Buen Consejo o «de los agustinos», como familiarmente se le llamaba, comenzó a edificarse en 1917 de la mano del arquitecto Manuel de Cárdenas. Ocupaba toda la manzana y al lado derecho de nuestra calle daba una parte del patio y el salón de actos que la gente joven conocíamos como «el cine de los agustinos», levantado hacia 1938. El resto con vuelta a la entonces plaza de Calvo Sotelo, se construyó un par de años después y allí se ubicaron las aulas de clase. La especulación y las necesidades urbanísticas provocaron que en julio de 1977 desapareciera el conjunto del colegio, levantándose un moderno complejo de viviendas que lleva el nombre de «San Agustín».
¡Qué lejos quedan aquellos tiempos de la «pequeña universidad» que fueron los agustinos! En aquella «mole» de edificio se impartían enseñanzas desde párvulos, hasta lo que entonces se conocía como PREU.
Muchas generaciones de leonesas han pasado por aquellas multitudinarias aulas que acogían en el propio colegio tanto a alumnos externos como internos. Y no digamos nada del hermoso patio, siempre saturado de chiquillería, donde se forjaron muchos deportistas de la cantera agustiniana. Y sus fiestas patronales, y sus obligadas misas de diez de los domingos, y…
La calle se inicia en la que lleva dicho nombre, concluyendo en la actualmente llamada Plaza de la Inmaculada o Plaza Circular. Hoy en día ha lavado su imagen y está completamente desconocida y mejorada, fruto por supuesto de esa arrolladora modernidad que campa a sus anchas por el centro de León. Es recta, de mediano trazado y no muy ancha, por lo que sus actuales construcciones no levantan más de seis alturas.

A poco que se conozca de la historia de nuestro país, el término de «alférez provisional» queda asociado de inmediato a las tribulaciones vividas en España durante los cruentos días de la Guerra Civil. Porque, efectivamente, dadas las tremendas bajas que se producían en el cuerpo de oficiales del mando franquista, a medida que el conflicto se enconaba y prolongaba, hubo que recurrir a estudiantes y voluntarios que supliera, al menos ocasionalmente, a la oficialidad de carrera.
La Junta de Defensa Nacional, instalada en Burgos, publicaba su decreto número 94 en el mes de septiembre de 1936, instituyendo la figura del alférez provisional. Tal como decimos, el propósito era crear oficiales «improvisados» que remediara, casi sobre la marcha, la escasez de mandos intermedios, tan indispensables para el buen funcionamiento de un ejército. Y se les llamó provisionales, porque su compromiso de enganche se limitaba a la duración de la campaña.
Viejos conventos, antiguos palacios y varios cuarteles se utilizaron como academia en Burgos, Sevilla, Granada, Fuencaliente, Ávila, Pamplona y Dar Riffien. De estos lugares saldrían las primeras promociones de alféreces provisionales, que pasaban directamente de las aulas al campo de batalla, pesando sobre sus juveniles e inexpertos hombres la grave responsabilidad de preservar las vidas de cientos de hombres.
No obstante, aquella fue una época de ideales, en uno y otro bando, por lo que marchaban ilusionados a dirimir una dura contienda, tan dura que costó la vida a gran parte de ellos.
El distintivo de los alféreces provisionales, a cuyo mando estaba el general Orgaz, consistía en una estrella de seis puntas, colocada sobre un rectángulo de paño negro en la guerrera, camisa o cazadora. Este rectángulo fue llamado parche o estampilla, y de ahí viene el nombre de «estampillados» con que se conocía a los provisionales tanto en la zona nacional como en la republicana.

¿Dónde se reclutó a la gran masa de alféreces provisionales, quienes llegarían a superar el número de cuarenta mil hombres? Pues acudieron a la llamada del bando franquista desde las universidades, las escuelas normales de maestros, las escuelas técnicas y los pupitres de los institutos de enseñanza media. Cabe destacar a la bautizada como «quinta del S.E.U.», integrada por los estudiantes voluntarios que estaban afiliados a la Falange y al partido Requeté. Tras ingresar en las diferentes academias, realizaban un breve curso de cuatro semanas que en ocasiones se alargaba hasta las siete, aunque otras veces quedaba en bastantes menos. Este breve período bastaba para instruir a los alféreces, que pasaban directamente a la línea de fuego. Lógicamente, la dureza de la guerra se cebó en las unidades armadas donde se integraron los provisionales. Y es que, tal como proclamaba la primera convocatoria que apareció en el Boletín Oficial, debían servir «con preferencia en las que forman parte de las columnas en operaciones». Según el frío testimonio de sus camaradas profesionales, el resultado que dieron los alféreces en todas las armas y cuerpos de los tres ejércitos, fue realmente excepcional. Aunque resulta natural que alcanzara repercusión la tarea de los destinados en infantería, dado su mayor número y que a España se la conocía, en tiempos pasados, como «la patria de la Infantería».
La valentía de los provisionales, traducida en medallas y galardones personales, se concreta en las once cruces laureadas y 236 medallas militares individuales que ganaron en los frentes de batalla. Aún más, seis de los recompensados con esta preciada condecoración la lograron en dos ocasiones.

Fuente: Diario de León

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