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Avenida Suero de Quiñones

En la segunda mitad del siglo XIX se dieron los primeros pasos con respecto a lo que sería el Ensanche leonés, diseñado de manera más específica hacia 1889 y que se plasmaría definitivamente en 1904, cuarenta años después de su planteamiento inicial. Representaba el primer proyecto serio de crecimiento urbanístico en la ciudad de León, ya inmersa en el siglo XX, teniendo como objetivo final la ocupación de los prados que entonces comunicaban la ciudad vieja y el río, a través de las dos entradas que representaban los puentes de la estación y de San Marcos.

La calle de hoy, o lo que hasta finales de los años veinte se conocía como Carretera de Renueva, iba exactamente hasta San Marcos; es decir, una vía de comunicación que ve levantarse en su trayecto y por aquellos años, algunas industrias y pequeñas viviendas. Era uno de los límites del Ensanche, junto con las actuales calles de Ramón y Cajal y Lancia, sirviendo como cierre de éste el propio margen del río Bernesga. El Ensanche sufriría luego diversas modificaciones, siendo la más importante la acontecida en la década de los cuarenta y que supuso, a efectos prácticos, el añadido del Barrio de San Claudio.
Desde el momento en que el plan del Ensanche quedó aprobado, la calle comenzaría a adquirir mayor importancia y peso urbano, lo que se tradujo en la población de pequeños edificios que la fueron ocupando. A finales de la primera mitad del pasado siglo las casas subieron considerablemente en altura, despuntando el amplio bloque de viviendas levantado en 1947 y cuyo lateral asoma a Juan de Badajoz, y que sólo él ocupa toda una manzana. Aunque escasos, aún nos queda algún vestigio de los tiempos primitivos, como es el número 4 de la calle, con dos torres laterales y buhardilla, debido a Juan Crisóstomo Torbado en 1922; el número 8, con bonitos remates de madera como evocación de la fábrica de ebanistería que aquí mismo estuvo instalada; o la casa que desde 1920 ocupa el número 26, sometida a un completo proceso de rehabilitación. Precisamente en esta calle tuvo su tienda y taller el que fuera primer ciclista profesional que ha dado nuestra tierra. Nos referimos, claro está, a Senén Blanco, del que muchos hemos aprendido y al que siempre acudíamos cuando aparecían los problemas en las bicicletas.Además de participar en cinco ocasiones en la Vuelta a España y en el prestigioso Giro de Italia, Senén Blanco se proclamaría campeón de España de veteranos en repetidas ocasiones.
En la época actual, y después de muchos años de abandono porque se consideraba como un tramo urbano perteneciente a la red de carreteras estatales o autonómicas, ha pasado definitivamente a ser propiedad municipal, sufriendo un considerable arreglo y transformación. Por un acuerdo firmado entre la Junta de Castilla y León con el Ayuntamiento capitalino, la calle de Suero de Quiñones recae en manos de la corporación municipal, que se ha encargado de la instalación de un nuevo colector para la zona norte de la ciudad, sito en la Plaza de San Marcos, además de la reforma total en superficie de nuestra vía protagonista.
La arteria tiene su comienzo en la Avenida del Padre Isla, para concluir en un largo y casi recto trazado en la Plaza de San Marcos. Justo cuando encuentra este remozado y atractivo enclave urbano y, al tiempo, surge a mano derecha la moderna y casi futurista imagen de las instalaciones de la Junta de Castilla y León, multiplicada por el acristalado edificio de oficinas que, a ojos profanos, presenta todo el aspecto de una película de ciencia-ficción.
Partiendo desde la Avenida del Padre Isla, la calle Suero de Quiñones tiene un comienzo serio y respetable, pues en su portal número 1 nos encontramos con un lucido mural, pórtico de la Residencia Nuestra Señora de Fátima, de las Madres Dominicas.
Algunos edificios destacables mantienen el espíritu de antaño y una estética algo caduca. Así hasta llegar al número 17, a partir del cual y a modo de verde respiro para una vía agobiada hasta hace poco por la ruidosa e incesante corriente de tráfico, encontramos un pequeño jardín con fuentes y bancos, que tiene salida a las calles de Juan Madrazo y Lucas de Tuy. Prácticamente desde aquí, y hasta su conclusión, los edificios serán más modernos y de considerable altura.
El primero de diciembre del año 1997 se pudo admirar, por fin, una nueva calle. Y probablemente de las más atractivas de la capital, con unas farolas de forja en estilo clásico, aunque no tan antiguas como la fecha de 1832 que figura en las mismas, con un pavimento de colores rojo, azul y gris, además de baldosas antideslizantes. A ello se une la desaparición del tráfico rodado que, procedente o en dirección a Astorga, se veía obligado a circular por esta travesía, originándose un caos de humo y ruidos.

Pero vayamos con la historia de quien da nombre a esta calle. Hacia 1409 nacía en León el que luego pasó a formar parte de la historia de la propia ciudad, de nombre Suero de Quiñones y Toledo. De familia muy querida y respetada por estos lares, su padre era don Diego Fernández Vigil de Quiñones, que fuera merino mayor de Asturias y señor de Luna, Ordás y Valdellamas, casado con doña María de Toledo, señora de Bardal de la Loma. Pertenecía al ilustre apellido leonés de los Quiñones, cuya cabeza primera fue don Alvar Pérez de Quiñones, gobernador de León y Asturias hacia 1221.
Nuestro caballero leonés Suero de Quiñones encontró el amor de su vida en la hermosa persona de doña Leonor de Tovar, hija de los condes de Boca de Huérgano. Al parecer, el flechazo surgió en el curso una cacería realizada en los Picos de Europa durante la primavera de 1433. Tras declarar su amor con palabras inflamadas y poéticas, Suero de Quiñones oyó de boca de la damisela que «sólo sería suya cuando hubiera roto trescientas lanzas. Como nadie en el mundo».
A partir de entonces, don Suero consagraría los jueves de cada semana a homenajear a su amada. Ese día ayunaba y aparecía con una gran argolla de hierro colgada al cuello, como símbolo de su prisión por parte de Leonor. Y no se podría librar de la dichosa argolla hasta haber realizado algún hecho de armas famoso. Sumido en semejante compromiso, el día 1 de enero de 1434 cabalgó hasta el castillo de la Mota, en Medina del Campo, donde se hallaba reunida la corte del rey Juan II.
Llevado ante el monarca, que se encontraba celebrando el Año Nuevo, don Suero le entregó un pliego donde solicitaba permiso para defender su honor y satisfacer las exigencias de la bella. Sus condiciones eran las siguientes: El suceso de armas tendría que correrse en el transcurso de aquel mismo año de 1434, siendo el lugar elegido una isla dentro del río Órbigo, junto al puente de los treinta ojos, por donde transcurre precisamente el Camino Jacobeo. Se daría por rota la lanza que produjese sangre a alguno de los caballeros y allí mismo, en el puente, los retadores encontrarían los materiales necesarios para la contienda: arneses, caballos, armas y lanzas, descritas como «fierros de Milán».
La hazaña no sería realizada solamente por Suero de Quiñones, pues a su lado lucharían otros nueve mantenedores del «Paso». Eran los caballeros Lope de Estúñiga, Lope de Aller, Diego Bazán, Diego de Benavides,Pedro de los Ríos, Pedro de Nava, Gómez de Villacorta, Sancho de Rabanal, y un hijo de Alvar Gómez. Finalmente, cuantas damas de honor pasaran por el puente del Órbigo en el transcurso de la justa, habrían de perder su guante derecho. Y sólo sería recuperado cuando el noble que las acompañara pelease con alguno de los defensores.
El rey Juan II escuchó con atención la insólita petición y luego, tras un toque de atención, el pregonero proclamaba la real decisión: «Sepan todos los caballeros e Gentiles-Omes del muy alto Rey nuestro Señor, como él da la licencia a este caballero para esta empresa, guardadas las condiciones que nin el Rey nin el Condestable entren en ellas».

Tras agradecer al monarca su consentimiento, Suero de Quiñones se desprendió de la armadura para participar, a propuesta de Juan II, en la celebración del Año Nuevo. Concluidas las danzas y festejos, allí mismo, en el castillo de la Mota, se dieron a conocer los 22 capítulos de condiciones para la defensa y el ataque del «Paso Honroso», en Hospital de Órbigo. Eran, por así decirlo, las reglas del juego.
Un listado de puntillosas curiosidades, que nos revelan los entresijos y el protocolo de un torneo de armas en aquella época feudal. Así, el campo de honor se situaría junto al puente, pero de tal manera que no impidiera el paso a los romeros que aquel 1434, precisamente Año Santo, se dirigieran hacia Santiago de Compostela. Unos peregrinos que, por supuesto, no se verían forzados a pelear con Suero de Quiñones y sus nueve compañeros.
Para el resto de nobles que pretendiesen cruzar el Órbigo no habría tantos miramientos, tal como se asegura en el capítulo «quinceno»: «cualquier caballero que dexado el camino derecho, viniere al Passo, defendido por mi e guardado, non se podrá de ahí partir sin facer las armas dichas o dexar una arma de las que llevase o la espuela derecha».
Don Suero también se comprometía a regalar un diamante al primer paladín que viniera a salvar por las armas el guante de cualquiera de las damas, aunque era requisito imprescindible que los aventureros se identificasen con su nombre y procedencia. A disposición de todos ellos habría médicos y cirujanos, para practicar las curas pertinentes. Y, por último, cualquier caballo muerto sería pagado a su dueño por el propio Suero de Quiñones.
Tras reclamar la presencia de hidalgos procedentes de todos los rincones de la Cristiandad, la fecha del «Paso Honroso» quedó fijada para los primeros días de julio de 1434.

Llegamos, por fin, a la fecha del 10 de julio de 1434, cuando Suero de Quiñones y sus nueve compañeros mantenedores se disponen a defender el «Paso Honroso» del puente sobre el Órbigo, como prenda de homenaje a su amada doña Leonor de Tovar. Este puente de Hospital de Órbigo forma parte fundamental en la historia leonesa, pues en sus cercanías se trabó en el siglo V la batalla de Urbico. Mucho tiempo después de la hazaña de don Suero, el año 1808 y en el transcurso de la Guerra de la Independencia, el general Moore volaba sus extremos para dificultar el avance de los invasores franceses.
Pero volvamos al verano de 1434. Tras oír misa en la iglesia de San Juan Bautista, don Suero y sus acompañantes se instalaron junto al puente del Órbigo, lugar en el que se había montado el palenque. El día 11 el leonés Suero de Quiñones se enfrentaba en seis carreras con el caballero Micer Arnaldo de la Floresta Bermeja, hasta que Dalmos, el trompetero del rey Juan II, tocaba el final de la primera justa correspondiente al ya mítico «Paso Honroso».
Durante la totalidad del torneo, según testimonio acreditado por el escribano Rodríguez de Lena, se corrieron un total de 727 carreras con los 136 caballeros que se atrevieron a desafiar el reto de don Suero. Nobles venidos no solamente de España, sino también de distintos países europeos. Del total de 300 lanzas preparadas, se rompieron 166 y, desgraciadamente, se produjo una muerte en el transcurso de la peligrosa liza. El peor momento para Suero de Quiñones fue su enfrentamiento, el día 27 de julio, con el noble francés Juan de Merlo. Siendo un enemigo de los más diestros en el arte de la justa, no resulta extraño el varapalo sufrido por nuestro don Suero. Tras marchar al combate ataviado con una camisa que tenía bordadas las ruedas de Santa Catalina, el leonés sale del envite con gran dolor y una mano desencajada. Una vez examinado, los jueces son tajantes en el veredicto: «ha de dejar las justas o luchar sin lanza». Efectivamente es llevado a la enfermería, donde el cirujano le aprecia el «brazo denegrido y la sangre mascuajada». Es el final del torneo para Suero de Quiñones, que ya no podrá defender el «Paso Honroso».

La historia del caballero andante leonés tiene un epílogo bien triste. Según cuenta la leyenda, Suero de Quiñones se pasaría al bando enemigo del poderoso condestable don Alvaro de Luna, sufriendo por ello pena de destierro. En tiempos de Enrique IV sería indultado, pudiendo regresar al fin a León. Cuando parecía que había llegado la paz y el sosiego a su existencia, los fantasmas del pasado precipitaron el final de Don Suero.
Mucho tiempo atrás había peleado en Andalucía junto a un tal Gutierre de Quijada, señor de Villagarcía de Campos.
Años más tarde volverían a encontrarse, pero en lados opuestos durante el transcurso del afamado «Paso Honroso». Allí don Gutierre fue derrotado sin paliativos, resultado herido y poniendo de manifiesto su soberbia, resentimientos y enconos. Antes de partir de Hospital de Órbigo, don Gutierre juro vengarse de lo que consideraba una grave ofensa.
Con este propósito se dedicaría a perseguir a don Suero por cielo y tierra, decidido a tomar. En cierta ocasión, en las cercanías de Santa Elena de Jamuz, a punto estuvo de dar muerte a traición a nuestro valiente protagonista.
Tiempo después, cuando Suero de Quiñones cabalgaba por Tierra de Campos Góticos en dirección a Tordesillas, de camino a la corte, fue asaltado por una cuadrilla de maleantes a cuya cabeza estaba el propio don Gutierre.
Ocurrió el ataque entre Bardal de la Loma y Castroverde, en un despoblado y amparándose en las sombras de la noche. Nada más comenzar la refriega Don Suero perdió la vida, atravesado por una lanza y muriendo instantáneamente.
Así, un 11 de julio del año 1458, desapareció aquel héroe legendario en la historia leonesa. No obstante, su aura romántica y lo caballeroso de su gesta siguen bien presentes en la ciudad, instalados en la moderna y remozada calle que lleva su nombre.


Fuente: Diario de León

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