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Calle La Torre

La calle La Torre, de la que gran parte de los ciudadanos sabemos con mayor o menor exactitud su ubicación, transcurre en un mediano trazado entre las largas y cosmopolitas avenidas del Padre Isla y de Ramón y Cajal.
Aproximadamente en el inicio de la década de los 20 comenzaron a construirse las viviendas que, con bastantes años a sus espaldas, podemos admirar en nuestros días. En la esquina con Padre Isla se levanta, ahora desconocido y tras su total reforma, un clásico y bello edificio que siempre destacó por sus espléndidos miradores de madera y los cuerpos torreados.
Seguimos avanzando, hasta llegar a la altura de la obra que en 1925 dejara Sáinz-Ezquerra en el número 3. Casi enfrente, en el portal 4 encontramos una casa con torreones laterales, obra de Cárdenas en 1931. El número 6 muestra en la fachada la fecha de su erección: MCMXXIV.
Más adelante, el número 7 es bastante conocido por la juventud leonesa como Escuela de Maestría Industrial, desde que en 1946 iniciara su aventura educativa. En la actualidad, corresponde al Instituto de Educación Secundaria «La Torre». Alguna que otra casa ya desapareció, como claramente se puede observar en las nuevas edificaciones que sustituyen a sus predecesoras. En la acera de enfrente hallamos un edificio de reciente contruccion,donde antes se encontraba una de las grandes y clásicas edificaciones leonesas. Desde el año 1956 y hasta el pasado 1998 estuvo aquí instalada la Cooperativa Farmacéutica de León, fundada en el lejano 1933 y trasladada ahora a una moderna nave en el Polígono Industrial.
Pegado a esta vivienda y con entrada por la ya cercana Avenida de Ramón y Cajal, otro de los grandes ejes ciudadanos del moderno León, se halla el edificio que levantara Javier Sanz en 1946. Fue durante mucho tiempo el popular Cine Trianón, caracterizado por aquellas sesiones continuas aderezadas con pipas y bocadillos de mortadela, cerrado como tal en 1986 y que posteriormente acogio a una firma de atracciones infantiles, hoy en día tambien cerrada. Conscientes de dejar algunas cosas en el tintero de la memoria, sólo queda decir que en la esquina de enfrente y desaparecido hacia 1960 estuvo el viejo caserón, recordado por su tradicional y ancho portón, que acogió a la Audiencia Provincial hasta su traslado a la calle del Cid.
Una vez recordadas las principales características de esta arteria dotada de enorme solera, a medio camino entre la modernidad y el rancio sabor histórico que desprende la inmediata Basílica de San Isidoro, sólo queda decir que la calle es recta y en suave ascenso.
Fue en la sesión celebrada el día 27 de septiembre del año 1937, en plena vorágine de la Guerra Civil, cuando la comisión gestora del Ayuntamiento capitalino aprobó por unanimidad una proposición de la alcaldía sobre el cambio de nombres de algunas calles. Es entonces cuando la conocida como de Menéndez Pallares, recibió la atinada denominación de La Torre.
Pero, ¿qué «torre»? ¿Ustedes ven alguna torre por aquí? Sí, sí, efectivamente una torre emerge en las cercanías, dando precisamente nombre a nuestra calle. ¿Verdad que no ha supuesto problema alguno la procedencia de semejante denominación? Bien, pues ha llegado la hora de hablarles de esa «torre» que todos, absolutamente todos los leoneses conocemos a la perfección.
Son numerosos los templos de la cristiandad que muestran un gallo coronando su torre principal o torre de las campanas, como símbolo máximo de Jesucristo. Centinela incansable de la vida y avatares leoneses, se trata del santo y seña del misticismo en la ciudad, no en vano preside uno de los monumentos más gloriosos del país. Igualmente, en el interior de la basílica y decorando las pinturas románicas que dignifican las bóvedas del Panteón, se puede contemplar el Gallo de la Pasión. Esta torre isidoriana, erigida sobre uno de los «cubos» de la muralla, cuadrada y maciza, consta de cuatro cuerpos, perteneciendo los dos primeros al siglo XI y los otros dos al XII. Se remata con capitel y veleta, siendo en ésta última donde se ubica el gallo dorado.
Envuelto en la leyenda y según afirma la tradición, se dice que el gallo cantó por todo lo alto al llegar a nuestra capital los cuerpos de San Isidoro y del propio San Alvito, cuando éste último había ido a tierras andaluzas para recoger los restos del primero, falleciendo allí mismo. Y también lo evoca el castizo cantar: «Antes que yo te olvide, León querido, ha de cantar el gallo, de San Isidoro».
Esta «torre del gallo«, vigía perenne en tiempos de guerra y cárcel del cabildo en época de paz, completa un conjunto que sirvió para llamar a León, en otro tiempo, la «Ciudad de las Torres» e incluso la «Ciudad del Gallo». Y decimos que fue cárcel porque ciertamente en sus sótanos se recluía a los penados con sentencias impuestas por la jurisdicción del abad, siendo prisión de cepo y cadena. Aquí estuvo en el siglo XVII el eminente jurisconsulto sevillano don José Adán de la Parra, por mandato del favorito de Felipe IV, el famoso Conde-Duque de Olivares.
Permanecería encerrado en esta famosa torre, santo y seña de lo leonés, por espacio de dos tristes años, convirtiendo este recinto en auténtica sala de estudios. Allí recibía numerosas y distinguidas visitas, entre las que podemos citar la de los canónigos isidorianos, la del propio obispo leonés don Bartolomé Santos de Risova o la del padre Medrano Llórente, jesuita en el Colegio de la Compañía de la cercana Santa María y que diariamente acudía a cumplimentarle. Asimismo es destacable la correspondencia mantenida en aquella época por el andaluz don José con otro ilustre personaje, encerrado en aquella misma época en el convento de San Marcos. Nos referimos nada menos que al fabuloso don Francisco de Quevedo y Villegas, también objeto de malquerencia por parte del vengativo Olivares.

Fuente: Diario de León

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